DestacadosPolítica

Roberto Caballero: «Volvió Cristina, volvió la política»

 

Roberto Caballero Cristina volvió al ruedo y cambió el clima político general. En 48 horas ocupó nuevamente el centro de la escena, y demostró por qué mantiene intacto su liderazgo.

Bailó, se rió, convirtió la citación judicial de Claudio Bonadío en un relanzamiento por cadena de su figura que no resultó indiferente a nadie, se reunió con sus diputados leales e impregnó el aire de política otra vez al hablar de un Frente Ciudadano que agrupe transversalmente a todos los agredidos por el modelo macrista, sean o no kirchneristas. Fue una convocatoria hacia afuera, para nada microclimática, pero también un llamado a los militantes a ocuparse de las cosas del presente, una línea de trabajo que busca arrancar de la melancolía, el desconcierto y la angustia que se apoderó de muchos de ellos tras la derrota de noviembre pasado y los cuatro primeros meses arrasadores del oficialismo neoliberal.

El impacto de la vuelta se sintió también en el oficialismo. Las críticas por lo bajo a Bonadío por haberle cedido un escenario de retorno triunfal, las operaciones mediáticas para desacreditar la impresionante manifestación de Retiro, el ataque de los funcionarios que trataron infructuosamente de asociar lo multitudinario a una secta imaginaria que pretendían acabada, el intento de delimitar un nuevo consenso de poder a partir del Código Penal, fueron todas señales de alto nerviosismo y profunda desazón en la tropa macrista. Lo que parecía en retroceso y camino al sepulcro regresó con una vitalidad inesperada, cuyo vigor se entiende mejor a partir de una pregunta sencilla: ¿Cuántas Plazas de Mayo se llenan con el gentío que se movilizó a Comodoro Py? Esta vez fueron a apoyar a Cristina. ¿La próxima?

A eso debe sumarse que Cristina reapareció, según todo indica, para liderar una opción opositora robusta, expresiva y amplia cuando el massismo, el pejotismo y las falsas opciones progresistas ya se subordinaron al gobierno y sus políticas depredatorias. Hay que destacar la astucia de la jefa del kirchnerismo para leer que el modelo de ajuste abre una enorme crisis de representación. Las mayorías legislativas que el macrismo construyó artificialmente, de dos tercios en Diputados y de casi tres cuartos en el Senado, no guardan correlato con lo que ocurre realmente en la sociedad que hoy sufre las consecuencias de decisiones políticas y económicas que afectan su vida en un sentido negativo.

Quizá porque construye sobre el estrecho formato opinativo de los diarios hegemónicos, que le prestan línea, el gobierno y su fabulosa maquinaria que mezcla poder de billetera y relato amañado no se dio cuenta que, al arrastrar a los otros espacios a su estrategia de armar un dispositivo de poder que excluyera para siempre al kirchnerismo, estaba a la vez generando un vacío que tarde o temprano iba a ser ocupado por eso mismo que pretendían marginar eternamente del escenario.

Hoy la única oposición real al modelo la encabeza legítimamente el kirchnerismo, que se está reinventando mientras el macrismo tratar de descubrir todavía cuáles son los botones que hacen funcionar la administración. Estos cuatro meses de silencio y distancia patagónica le permitieron ver a Cristina de qué modo actuaban viejos aliados con vocación de sumisos oficialistas y comprender, sobre todo, cuál era la dirección de acumulación de poder macrista, sin enredarse en los fuegos de artificio y las provocaciones de éste. Nada mejor para distraer al oficialismo que dejarlo gobernar, actividad que insume tiempo, energía y desgaste.

Hoy la única oposición real al modelo la encabeza legítimamente el kirchnerismo, que se está reinventando mientras el macrismo tratar de descubrir todavía cuáles son los botones que hacen funcionar la administración

Cuando Cristina señala que el ganador de las elecciones es el que debe respetar la voluntad popular primero que nadie, conecta inteligentemente con parte de la demanda del voto que llevó a Mauricio Macri a la presidencia, hoy insatisfecha y hasta defraudada: la inflación crece, la desocupación también, el consumo cae, las expectativas son sombrías, la transparencia es apenas declamativa y adquiere cada vez mayor volumen social la idea de que el macrismo gobierna para un sector muy específico y concentrado, y deja a la clase media, a los trabajadores, a las pymes nacionales, a la gente de la cultura y hasta sectores industriales de gran porte fuera de su decisiones y políticas, como no sean éstas las de perjudicarlos o relegarlos.

A todos ellos, librada de la responsabilidad de gestionar el día a día de la Argentina, Cristina les propone una pregunta básica: si están mejor ahora que antes. No es un ataque, no es una crítica feroz a la opción que pudieron haber elegido en noviembre, ni siquiera es una chicana mordaz como las que inundan las redes sociales. En realidad, es un buen comienzo para retomar el diálogo interferido por la cadena mediática que alejó a algunas franjas de esos mismos sectores del kirchnerismo en el último tiempo. Ya sin ruidos molestos, ni incendios de la administración que sofocar. El kirchnerismo tiene todo el tiempo del mundo, ahora, para hablar, persuadir, escuchar y convencer. Volver, es volver a hacer eso. Volver a hacer política básica, es decir, representar aspiraciones comunes hasta conseguir el número necesario para implementarlas.

A la militancia, pasada la euforia del reencuentro con su líder, le convendría releer el discurso de Retiro. Es un plan político. Una línea de trabajo. Y un tirón de orejas, también, para que reaccione. Sin ignorar que ha sido la más impactada por el revanchismo y la persecución ideológica desatada con furia desde el macrismo, con el consecuente abatimiento y la sensación de deriva existencial que esta genera, hay un llamado de Cristina a abandonar el enojo y la victimización. Puede resultar duro. Lo es. Porque es lógico que el violento proceso de reformulación política y cultural cuyo objetivo central es quebrar y devolver a sus casas y al individualismo de supervivencia a las mayorías movilizadas que acompañaron la transformación de los últimos doce años y medio, produzca aturdimiento, cuando no estupefacción y hasta una enorme angustia colectiva.

Pero volver, no es volver a las casas, ni a la sensación de derrota con razón como refugio melancolizado que cada tanto captura al testimonialismo político. La idea de lanzar un Frente Ciudadano es volver la atención sobre los otros que tampoco la están pasando bien. Que ni siquiera tienen un liderazgo al que aferrarse, ni dirigentes que los dirijan, ni un legado que defender, y padecen una decepción descomunal desde que el oficialismo que decía representarlos los abandona a la tristeza del ajuste después de haberles prometido la revolución de la alegría.

Cristina ofrece su movimiento, capaz de llenar todas las Plazas de Mayo que quiera y de soportar con estoicismo los ataques más violentos del aparato estatal, como canal de reivindicación y articulación de las demanda ciudadana, cuando existen gobernadores, diputados, senadores, sindicalistas y espacios políticos presuntamente opositores que eligieron convertirse en la casta del ajuste y la degradación. Es una oferta audaz y generosa. Para trabajar en el sindicato, en el club, en la cámara empresaria, en la universidad, en los medios de comunicación, en el comercio, en la calle, de cara a todo el mundo. En un año, después de esto, habrá que ver quién es la secta de la que hablan los editorialistas del orden macrista que pasaron de la euforia a la crítica solapada en apenas cuatro meses.

Por eso el día después del 13 A se respiraba un aire distinto en la Argentina. Volvió Cristina y con ella, mal que les pese a los dueños del poder y del dinero, la idea de que la política no puede ser solamente la resignación a lo que proponen el FMI, Clarin o las corporaciones, ni la cristalización eterna de las desigualdades, ni la aceptación de la desocupación como un mal necesario, ni la insolidaridad como modelo de desintegración social, ni el sacrificio de una porción de la sociedad para que otros conserven sus privilegios.

Volvió una política que se atrevió a correr los límites de lo posible durante doce años y medio, y consagró la teoría del derrame pero de abajo hacia arriba, con resultados para todos. Y encima, ahora, no tiene que ocuparse de apagar incendios, sino de representar a los que se van cayendo del modelo de país chiquito. Ese que Macri quiere, pero no va a poder.

Colabora con Infobaires24
Suscribite a nuestro canal de youtube TIERRA DEL FUEGO

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba

Tiene un bloqueador de publicidad Activo

Por favor desactive su bloqueador de anuncios, Infobaires24 se financia casi en su totalidad con los ingresos de lass publicidades