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Roberto Caballero: «Macri, el año perdido»

Roberto Caballero El que pasó fue un año perdido para la mayoría de los argentinos, sin importar cómo hayan votado en las últimas elecciones presidenciales.  (*)

La economía del país entró en recesión, la inflación trepó al doble de la de 2015, la deuda externa se duplicó también, la producción industrial cayó a niveles del 2002, la desocupación aumentó a dos dígitos, el poder adquisitivo de los salarios se derrumbó junto el mercado interno, los índices de pobreza se dispararon de manera estremecedora, del cepo al dólar se pasó al intento de cepo al gas, la luz y el agua con cuadros tarifarios exorbitantes; y el renovado consenso neoliberal que recaló entre buena parte de la dirigencia política, sindical y empresaria generó un riesgoso vacío de representación como no se veía desde fines de los ’90, convalidando miserablemente la desaparición de voces y perspectivas críticas, cuando no la censura abierta, las listas negras o la estigmatización de figuras, periodistas y comunicadores que no resultan del agrado del oficialismo gobernante.

Este libro es el registro, día a día, semana a semana, de las turbulencias que atravesamos. Así como lo vi, así como lo viví, así también lo conté en las noches de Radio del Plata a través de mis editoriales. Ninguna fue escrita de antemano, todas fueron improvisadas al calor de lo que iba ocurriendo y esta es la primera vez que llegan al papel. Son un registro periodístico indomesticado del tiempo que nos tocó vivir, tanto en el plano local como regional, jamás imaginado por sus niveles de furiosa regresión y violencia material y simbólica. Reunidas funcionan como un auténtico contrarrelato al avasallante monólogo oficial dominante.

Blindado por una comunicación concentrada que unifica agendas y reproduce sentidos comunes la mayoría de las veces socialmente autodestructivos, el gobierno de Mauricio Macri quiso instalar la idea de una inexistente “pesada herencia” desmentida por la ONU, la CEPAL y hasta el nuevo Indec para explicar por qué se cambió del modelo anterior lo que estaba bien y lo que estaba mal directamente se empeoró, admitiendo finalmente “con alegría” que al menos tres de los cuatro trimestres del 2016 tuvieron resultados socioeconómicos negativos, aunque sólo como preámbulo doloroso y necesario hacia un esplendoroso más allá, que solo se ve desde los despachos oficiales.

Es de manual, y lo repetimos cada vez que pudimos desde nuestro programa, casi en soledad en medio de un paisaje periodístico colonizado por el paradigma restaurador: la derecha exige siempre innumerables sacrificios en el presente para poder acceder a las bondades de un futuro idílico que jamás llega. Ni va a llegar. Porque siempre se puede ajustar un poco más, siempre se puede achicar el país un poco más, como recomienda en sus recetas ortodoxas el FMI, que también volvió a auditar las cuentas nacionales después de una década.

También opinamos que si gobernar es crear trabajo, asistimos entonces a un desgobierno de gerentes que atribuye al dios mercado liberado de regulaciones capacidades milagrosas que no tiene y nunca va a tener mientras no exista un Estado fuerte que se lo exija en procura de un reparto democrático de la riqueza producida en el país, objetivo que la administración de Cambiemos no tiene entre sus prioridades porque trabaja denodadamente para que ocurra lo inverso: transferir recursos de los sectores más vulnerables hacia los más favorecidos de la pirámide social que algún día impreciso, sin obligación, a lo sumo por ley de gravedad, derramarán algo de sus excesos hacia abajo, teoría rebatida por la ciencia económica y por la realidad de la vida.

Señalamos que la libertad con la que se llenan la boca los actuales funcionarios no es otra cosa que la legitimación impúdica del autoritarismo del dinero: el que lo tenga en abundancia será libre de consumir a su antojo, el que no lo tiene pasará a ser un esclavo de necesidades insatisfechas que nadie le resolverá, porque el Estado antipopulista no está para atender esas cuestiones. Así son las sociedades duales, con incluidos y excluidos, que los ceos en el poder actual suponen naturalmente incuestionables, como los vendavales meteorológicos o las cuatro estaciones del año.

No hubo “revolución de la alegría” sino la reproducción generalizada del espanto y la tristeza, de la inestabilidad y la desazón colectivas

Advertimos con pavura que con el macrismo retornó el darwinismo cultural que, en verdad, es el triunfo de la teoría del descarte, donde los más aptos vivirán a costa de un régimen que consolida sus privilegios de manera descarada, mientras los menos aptos sobrevivirán –si es que pueden- a la deriva resignando sus derechos culposamente porque no estaba escrito en ningún lado que los más –como los convencieron en la década anterior -pudieran acceder a bienes y servicios –salario digno, educación universitaria, el primer auto o km, las vacaciones- solo habilitados para los menos.

Pero sabemos que la línea que divide a unos de otros la traza el propio Estado, que nunca es neutral, porque siempre interviene para beneficiar a unos y perjudicar a los otros. En su versión macrista no es “el escudo de los pobres”, como pedía José Batlle y Ordóñez, sino una espada apoyada en la espalda de los más desfavorecidos frente al precipicio de la exclusión. Su propósito estratégico, desocupación mediante, es bajar el costo del trabajo argentino, asegurándose que los trabajadores acepten por miedo a quedar sin empleo salarios de Ruanda con precios de Alemania.

Y también explicamos que no hubo lluvia de dólares, ni de inversiones fulgurantes porque la crisis mundial -que el gobierno no parece registrar-, vuelve cada vez más conservadores a los dueños del capital global, sin importarle demasiado los gestos amigables que el gobierno pueda emitir. ¿Quién va a invertir donde no hay demanda? Y si el blanqueo no fue del todo exitoso hasta el momento, entre otras cosas, es porque el argentino fugador de divisas (cuya suma alcanza casi un PBI completo) es todavía más conservador y menos crédulo que el evasor promedio internacional. Haber duplicado la deuda externa –porque en el nuevo paradigma está mal emitir billetes pero no endeudarse alegremente para financiar gastos corrientes o pagarle a los fondos buitre- no es un mérito: es una pesada herencia que se les deja a las generaciones futuras que ya nacen hipotecadas.

No dejamos de denunciar que el revanchismo, el odio oligárquico, la satanización y la persecución judicial del kirchnerismo debilita las bases del país democrático hasta volverlo inviable. Convencidos de que la violencia de los ’70 nació en el ’55 con los centenares de muertos en la Plaza de Mayo, el decreto 4161 y la proscripción del peronismo. Siguió con el intento de crear, por casi dos décadas, una falsa institucionalidad republicana que lo desterrara al infinito del debate político. Se agravó con la expulsión de los científicos progresistas durante el onganiato que violó la autonomía universitaria y con la represión a la juventud sin representación política canalizada. Llegando al punto más alto de este plan demencial con la ejecución del Terrorismo de Estado, los campos de exterminio y los 30 mil desaparecidos. Cada golpe, cada acto de vandalismo institucional dejó secuelas, y señalamos que los civiles de la última dictadura hoy vuelven a pavonearse con amparo oficial, con las mismas ansias de impunidad y las mismas taras negacionistas y defendiendo las mismas políticas que antecedieron a la peor tragedia argentina del siglo XX.

Por eso, decíamos, el que pasó fue un año perdido. No hubo “revolución de la alegría” sino la reproducción generalizada del espanto y la tristeza, de la inestabilidad y la desazón colectivas. Las protestas obreras contra el desempleo en alza y de los movimientos sociales contra la exclusión, la masividad de las luchas contra el tarifazo en los servicios públicos hablan de una resistencia en ascenso frente a un gobierno que asumió prometiendo un cambio y terminó haciendo lo que el neoliberalismo siempre se propuso: un país más chico, agroexportador, reprimarizado, desindustrializado, donde sobra la mitad de la población. Pero también de las reservas de una sociedad que alcanzó niveles democráticos de igualdad e inclusión en la última década que no piensa resignar con mansedumbre, porque sabe que de hacerlo estaría caminando hacia su propia desintegración.

(*) Prólogo del libro “Macri, el año perdido”, de Roberto Caballero, editado por Planeta. Será presentado el 16/12, a las 19 horas, en librería “Punto de Encuentro”, Ituzaingo 112, de San Isidro, junto a Gustavo Cirelli. Y el 21/12, también a las 19 horas, en el Teatro La Máscara, Piedras 736, de San Telmo, junto a Daniel Rosso y Magallanes, con una gran sorpresa.

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