Roberto Caballero

Roberto Caballero: «La derecha juega con fuego»

Roberto Caballero

Para dar con la autoría intelectual de la detención de Lula hay que fijarse quiénes son los que festejan lo sucedido. Por caso, la Bolsa de San Pablo subió el viernes un 4,12% y el real se apreció frente al dólar un 1,09%. Esos índices, se asume, forman parte del rudo lenguaje de los “mercados” que detestan a los políticos “populistas” que los contradicen.

No es el Brasil profundo el que saluda el ataque al ex presidente y líder del PT: son los dueños del poder y del dinero de su país los que reaccionan con euforia creyendo que, inaugurada la temporada de caza, se reducen las chances de que Lula sea el candidato a suceder a Dilma Rousseff en las elecciones que vienen.

No es el Brasil profundo el que saluda el ataque al ex presidente y líder del PT

Según Emir Sader, “la acción de la Policía Federal directamente en contra de Lula –en su casa, en la casa de su hijo, en el Instituto Lula– llevándolo a deponer, a pesar de que él ya había prestado declaraciones, fue anunciada por un periodista de la Rede Globo varias horas antes por internet”. Globo es el Grupo Clarin brasileño, y sostiene una campaña “antilula” similar a la que el monopolio argentino despliega contra Cristina Kirchner y todo lo que huela a kirchnerismo.

Para el poder concentrado de su país, Lula y su popularidad son una amenaza a ser derrotada porque encarnan la posibilidad cierta de un próximo gobierno que abandone los planes de ajuste que impulsa su sucesora y retorne a las históricas políticas del PT de beneficio a los sectores populares. Eso que la derecha llama peyorativamente “populismo”.

Globo es el Grupo Clarin brasileño, y sostiene una campaña “antilula”

Hoy Brasil está inmerso en una recesión profunda que los recortes de gastos acentúan cada vez más. De un año a esta parte su PBI se desplomó un 3,8%. Las proyecciones para este año hablan de otra caída que podría llegar al 3,5%. La séptima economía del mundo se contrae, y con ella la calidad de vida de los brasileros que conviven con alzas de inflación y desocupación a la vez, mientras el poder financiero y mediático exige más y más ajuste.

Hoy Brasil está inmerso en una recesión profunda que los recortes de gastos acentúan cada vez más.

Pero suponer que el ataque a Lula queda circunscripto solamente a la realidad del país vecino es no estar viendo que, en simultáneo, otros líderes populares de la región atraviesan situaciones sospechosamente parecidas. En su nota del viernes en Página 12, Horacio Verbitsky lo destaca: “La detención en Brasil del ex presidente Lula por una horas, de una ex amante del presidente Evo Morales en Bolivia y de la fundadora de la Organización Barrial Tupac Amaru, Milagro Sala, en la Argentina, así como las investigaciones en Chile contra el hijo de la presidenta Michelle Bachelet, forman parte de una ofensiva coordinada a escala continental contra los gobernantes populistas que en la última década transformaron el panorama económico, político y social de Sudamérica y contra los líderes de los movimientos sociales que los impulsaron y sostuvieron (…) Así puede entenderse mejor la citación a la ex presidente CFK a declarar por la operatoria del Banco Central con dólares a futuro y la declaración de incompetencia de la jueza Fabiana Palmaghini en la causa por la muerte del fiscal general Natalio Alberto Nisman, para que se haga cargo la justicia federal”.

Pero suponer que el ataque a Lula queda circunscripto solamente a la realidad del país vecino es no estar viendo que, en simultáneo, otros líderes populares de la región atraviesan situaciones sospechosamente parecidas

No advertir la coordinación que Verbistky relata es una necedad. El 13 de abril Cristina Kirchner fue citada por el juez Claudio Bonadío a los tribunales de Comodoro Py. Es una juzgada arriesgada, como lo fue la de Lula. En el caso del líder petista fue sorpresiva. La citación a la ex presidenta, en cambio, se anunció con un mes y medio de antelación. Después de la liberación de Lula una verdadera multitud se agolpó frente a la sede del PT y hasta se convocó a una movilización contra la Rede Globo. En nuestro país –se descuenta- decenas de miles irán a los tribunales de Retiro a acompañar a la jefa del kirchnerismo.

El 13 de abril Cristina Kirchner fue citada por el juez Claudio Bonadío a los tribunales de Comodoro Py. Es una juzgada arriesgada, como lo fue la de Lula.

La sensación es que, tanto en Brasil como en la Argentina, la derecha y sus instrumentos judiciales y mediáticos están jugando con fuego. No estamos hablando de ex gobernantes deslegitimados y abandonados a su suerte: Lula y Cristina gozan de apoyo popular y son líderes carismáticos seguidos por multitudes movilizadas. No son Collor de Mello ni Carlos Menem. No son asemejables.

Jugar con fuego nunca es recomendable. Hay algo de revanchismo infantil en el apresuramiento por atacar a dos ex mandatarios surgidos del voto popular. Porque la persecución antidemocrática se extiende así a todos sus seguidores y la fricción puede desembocar en escenarios de alta conflictividad social y política. Analizar las cosas desde algún frio despacho en Washington es una cosa. Otra es hacerlo desde Buenos Aires o San Pablo.

El asedio puede resultar una Caja de Pandora para la propia derecha. Cualquier etapa abierta de desestabilización impulsada más por sed de venganza que por cálculo racional, lejos de garantizar los planes ideales previstos de reconversión económica, social y cultural que sueñan los organismos financieros y las elites neoliberales locales después del aluvión “populista”, perjudica el control de situaciones que se volverán, por lógica, cada vez más ingobernables, en virtud del enrarecimiento del clima general y la segura radicalización que va a desatarse entre aquellos beneficiados por los modelos que ahora son ferozmente impugnados, al punto de tratar de encarcelar a sus máximos referentes.

Dentro del marco formal de la democracia regional, Lula o Cristina podrán ganar o perder elecciones a manos de la derecha tradicional, cualquiera sea su ropaje o candidato. Son las leyes del sistema. Si, en cambio, se los margina de la legalidad y en vez de votos buscan rejas para aislarlos del juego del poder, lo que van a estar construyendo es una peligrosa bomba de relojería. Más tarde o más temprano, la formas habituales de la democracia van a estallarles en las manos y lo que sobrevendrá o terminará cristalizándose será un régimen autoritario carente de legitimidad para aplicar cualquier otra cosa que no sea la represión.

La sensación es que, tanto en Brasil como en la Argentina, la derecha y sus instrumentos judiciales y mediáticos están jugando con fuego.

Lula y Cristina son líderes, pero también son políticas públicas que cuentan con respaldo popular. Los que pretendan erradicar esas políticas con amenazas de encarcelamiento se olvidan de un detalle esencial: esas políticas fueron, son y serán necesarias cada vez que las sociedades sean sometidas por los dueños del poder y del dinero al abismo de la desigualdad y la exclusión.

No va a haber diario, ni canal de TV, ni monopolio informativo, ni represión que consiga, en la Argentina o en Brasil, que la gente se convenza de que la política y sus referencias inclusivas e igualitarias deban ser archivadas eternamente para que los gerentes de los grupos económicos y la justicia adicta hagan lo que quieran con sus vidas y las de sus semejantes. Varias veces se decretó el fin de la historia y los únicos que pasaron a la historia fueron sus pretenciosos sepultureros.

Si, en cambio, se los margina de la legalidad y en vez de votos buscan rejas para aislarlos del juego del poder, lo que van a estar construyendo es una peligrosa bomba de relojería.

Aún aquellos que se detienen en los claroscuros de los gobiernos de Lula o de Cristina saben que el paso del tiempo tiende a borrar lo mal hecho y a reforzar los pliegues idílicos de los líderes de su talla. Pasó con Juan Domingo Perón, cuya figura política fue creciendo pese a las campañas de demonización, los 18 años de proscripción y exilio, la persecución de sus militantes y hasta la prohibición absurda de mencionar su nombre o el de Evita. Cuando Perón retornó era más grande, mucho más grande que en el ’55. Entre lo cierto y lo imaginado, lo materialmente verificable y lo soñado, su figura era la de un patriarca que reunía virtudes humanas y políticas que claramente lo excedían.

Todo el mundo coincide en que las cosas hoy suceden a la velocidad del rayo o de la web. Lo que antes demoraba años hoy tarda un mes. Las noticias se conocen al mismo tiempo que se producen. Decíamos, a mediados del siglo XX, 18 años le llevó a Perón sacarse de encima el uniforme del “tirano depuesto” proscripto y perseguido para erigirse en un mito que miraba desde arriba a todo el sistema político de los ‘70. ¿Cuánto demorarían hoy, Lula o Cristina, que se fueron del gobierno con una alta imagen de aprobación, en convertirse en leyendas vivientes si la derecha de ambos países avanza con el plan torpe y revanchista de hacerles lo mismo que le hicieron a Perón?

Nada. Y, además, ¿qué poder, por más capital y resortes que maneje, se anima a disputar en serio con una leyenda viviente?

Todavía se discute en los manuales si el 17 de octubre lo hicieron Cipriano Reyes, Evita o Blanca Luz Brum. Claramente lo protagonizó la clase obrera. ¿Pero quién o quiénes lo provocaron?

Bueno, esos mismos hoy están cometiendo el mismo error.

No aprendieron nada. De nada.

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