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Roberto Caballero: «La ancha avenida de Massa, cada vez menos ancha y menos avenida»

 

Roberto Caballero Fue hace siete años. Massa era el jefe de Gabinete de Cristina Kirchner. El lugar: el Teatro Argentino de La Plata. Se presentaba el proyecto de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA). Mientras la presidenta hablaba, Massa aplaudía. La platea rugía: “El que no salta es de Clarín”. Y Massa aplaudía. Se le entregó un reconocimiento a Elsa Oesterheld, esposa Héctor, creador de “El Eternauta”, detenido y desaparecido por la dictadura genocida, y Massa aplaudía.

Siete años después, ya alejado del kirchnerismo, como referente de ese espacio híbrido llamado Frente Renovador, el mismo Sergio Massa instruyó a los diputados de su bloque para que validaran en el recinto los decretos de necesidad y urgencia firmados por Mauricio Macri entre diciembre y enero que destriparon a la LSCA en favor del Grupo Clarin y su entramado monopólico. Ese es Massa: su mayor convicción es el oportunismo. Alguien que puede apoyar una cosa y la contraria con apenas siete años de diferencia.

Por eso no es extraño que esta semana, después de haber dicho que iba a defender el empleo, haya hecho fracasar el tratamiento de la Ley de Emergencia Ocupacional, negando el quórum de sus diputados, para que las grandes empresas tengan una semana más para despedir a su personal sin costos indemnizatorios extra y para que el gobierno de Mauricio Macri festeje una nueva victoria parlamentaria, como ocurrió con la LSCA y con el pacto buitre. Otra vez, Massa entregó en bandeja su bancada al PRO y desconoció el reclamo de cinco centrales obreras y de cientos de miles de trabajadores que se movilizaron el 29 de abril exigiendo la sanción de la norma, un paliativo en medio de la crisis laboral y la ola de desocupación desatadas por las políticas que aplica el oficialismo.

Ese es Massa: su mayor convicción es el oportunismo.

Massa no es opositor. No va siquiera por la ancha avenida del medio que prometía en campaña. No importa lo que diga en los medios. Sus matices discursivos son un atajo al engaño colectivo. Massa es, en verdad, un oficialista solapado que, al igual que Elisa Carrió, cada tanto toma distancia en algún detalle para después acompañar en lo estratégico el modelo excluyente del macrismo. Sin sonrojarse. Sin hacerse demasiado problema. Porque forma parte a conciencia de la coalición que tiene como objetivo aislar al kirchnerismo del dispositivo político vigente y dividir al peronismo según los intereses geopolíticos del Departamento de Estado.

Su espacio, que nació montado sobre la crítica al verticalismo del kirchnerismo gobernante, hoy es el reaseguro de las necesidades parlamentarias de la derecha macrista. Cuanto menos necesita el macrismo de sus votos, Massa radicaliza su retórica. Por el contrario, cuanto más necesarios son sus legisladores, enseguida matiza sus dichos y termina acusando al kirchnerismo de todos los males de este mundo, abonando el divisionismo hacia el interior del peronismo. Su papel es cada vez más obvio: se trata de la rueda de auxilio de la bancada gubernamental.

En realidad, Massa y el massismo son el recambio preparado, el que está en gateras, del proyecto de restauración neoliberal que impulsa el Foro de la Convergencia Empresarial. Como el capítulo siguiente de la trama, si es que Macri no puede o termina peleado con sus propios votantes y su liderazgo se vuelve inestable. Conviene recordarlo: Massa era el candidato de Clarín y La Embajada hasta que Macri los convenció (y la realidad le dio la razón) de que no hacía falta peronismo en ninguna dosis para triunfar en las elecciones o para garantizar la gobernabilidad como planteaban los grupos más concentrados del empresariado, que actuaban por reflejo según la experiencia de lo ocurrido en los ’90, donde Domingo Cavallo ejercía el dominio de la economía y Carlos Menem se encargaba de la domesticación del peronismo político y sindical.

Su espacio, que nació montado sobre la crítica al verticalismo del kirchnerismo gobernante, hoy es el reaseguro de las necesidades parlamentarias de la derecha macrista

Transpolando el esquema al presente, Alfonso Prat Gay podría haber sido ministro de Massa presidente. Quizá al comienzo lo hubiera sido Roberto Lavagna y su equipo. Pero los grupos que lo apoyaban, empresas y bancos -que son los mismos que sostienen a Macri en la actualidad-, hubiesen generado las condiciones para que Prat Gay o Carlos Melconian llegaran más tarde o más temprano a ocupar el Palacio de Hacienda. Massa no es otra cosa que lo mismo con algo de peronismo. O con algo de populismo, como le gusta decir a Mario Vargas Llosa. Era el PlanA hasta que Macri se plantó. Y Massa se transformó en Plan B.

Porque Massa no deja de ser un alfil del proceso que hoy intenta reformatear la Argentina. Están los wikileaks que describen sus visitas a la embajada de los Estados Unidos y sus opiniones que no diferían entonces, como no difieren hoy, de los ejes centrales de las políticas que se llevan adelante buscando que nuestro país vuelva al sistema financiero internacional a tomar deuda y genere una masa de desocupados como ejército de reserva que logre la baja general de salarios, verdadera comunión de intereses de las centrales empresarias y los grupos financieros que apuntalan la experiencia regresiva macrista.

Cuando Massa justifica su accionar diciendo que buena parte de sus votantes eligieron a Macri en el balotaje, no se equivoca del todo. Es fáctico. Sino Macri no hubiera ganado por dos puntos. Eso es tan cierto como decir que una parte de sus electores acompañó a Daniel Scioli, sino éste no hubiera quedado tan cerca de la victoria. A esos massistas, que querían cambios, pero no los cambios que se suceden a diario hoy en día, con tarifazos, despidos y recesión en puerta, Massa los viene defraudando, y lo hace cada vez que abandona sus grandilocuentes banderas de campaña (82% móvil, Ganancias, mano dura) para entregarse con mansedumbre a la agenda macrista. Su famosa ancha avenida es cada vez menos ancha y menos avenida. Cuando hay necesidad, Massa se para en la vereda del oficialismo, no importa con qué artilugios. Lo hace, y eso es lo que vale para entenderlo.

Cuando CFK planteó la estrategia del Frente Ciudadano, algunos entendieron que había que salir corriendo a cambiar el cartel de la UB que decía “FPV” por “Frente Ciudadano”. No era eso, nada que ver. Esa traslación mecánica es parte de la política que no sirve para crear una nueva mayoría social, política y cultural que derrote el plan del neoliberalismo. Es quedarse con la foto en vez de ver la película. Una estrategia no es un cartel, ni una bandera, ni un afiche. Es un plan de acción que incluye el análisis de lo que está ocurriendo en tiempo real con otros que eran antikirchneristas silvestres y hoy están huérfanos de liderazgo ante políticas abusivas que los agreden y son apoyadas por sus viejos dirigentes.

Trabajar sobre esa crisis de representación es la tarea

Trabajar sobre esa crisis de representación es la tarea. ¿Cómo se estará sintiendo el votante massista que eligió a Scioli y ve hoy que su bloque no tiene diferencias reales con el bloque PRO? ¿Y el que votó a Margarita Stolbizer y observa atónito que su jefa habla de Lázaro Báez pero calla los panamapapers? ¿Y el radical que votó a Macri y observa que su partido es un sidecar que no corta ni pincha en las decisiones? ¿Y los socialistas incómodos porque su partido no está a la cabeza de la defensa del empleo? ¿Y los trabajadores que vieron a sus sindicalistas bramando por el impuesto a las Ganancias y que ahora actúan con una moderación y tibieza extrañas cuando se destruyen puestos de trabajo?

El Frente Ciudadano no es una coalición de dirigentes. Es un frente de la gente, de los que por abajo tienen intereses comunes, hayan votado como hayan votado en las últimas elecciones. Para eso sirve desnudar la inconsistencia de Massa y también la de todos aquellos que decían ser opositores y ahora actúan como oficialistas de un modelo que lo único que crea es incertidumbre social y parálisis económica, en contraste evidente con lo ocurrido hasta no hace mucho. Ayer nomás.

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