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Hernán Brienza: La Restauración de la Injusticia

Hernan Brienza

A pocos meses de las elecciones de octubre, el Macrismo ha decidido dar una estocada a fondo en la memoria colectiva de los argentinos. Dos ministros de la Corte Suprema, elegidos a dedo por el presidente y después refrendados por un Parlamento, al menos “desorientado”, han impulsado un fallo que permite instalar nuevamente un desequilibrio grave en la administración de penas y castigos en la República Argentina.

Hombres que han matado, violado mujeres, torturado bajo las órdenes de una dictadura militar, que luego han sido beneficiados por el Punto Final, la Obediencia Debida, los indultos y ahora el fallo que los beneficia con el  2 por 1, hoy, podrán gozar de una libertad que no pueden obtener, no ya Milagro Sala, como presa política del gobernador Gerardo Morales, sino cualquier otro ciudadano (más allá del recurso garantista). Porque la libertad de los genocidas habilita el silogismo tremendo para un Estado de Derecho que reza: “Los asesinos de 30 mil personas están sueltos, los ladrones de gallinas van presos”.  No se trata sólo de una cuestión ideológica, también hay por detrás una cuestión de legitimación del accionar represivo del Estado. La maniobra no es jurídica, es simbólica.

Porque la libertad de los genocidas habilita el silogismo tremendo para un Estado de Derecho que reza: “Los asesinos de 30 mil personas están sueltos, los ladrones de gallinas van presos”. No se trata sólo de una cuestión ideológica, también hay por detrás una cuestión de legitimación del accionar represivo del Estado

Siempre recuerdo la escena final de la novela Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez. Después de batirse como un león, el gaucho matrero es asesinado por la espalda cuando intenta trepar una tapia, por la bayoneta del inefable sargento Chirino. Cuando siente el acero en su riñón, Moreira le clava los ojos y le escupe: “¡Cobarde! ¡A hombres como yo no se los hiere por la espalda! ¡No podés negar que sos justicia!”. Y es que en ese grito de Juan hay una clave para literaria para analizar la mirada que el hombre de pueblo tiene del Estado: la justicia para el pobre es rastrera, traicionera y mata por la espalda.

Por eso no importa demasiado las argumentaciones jurídicas en pro o en contra de la aplicación del 2 por 1 para genocidas. Son simples laberintos discursivos. Todo fallo es político. Y lo sustancial, aquí, es que el Macrismo ha profundizado su agresividad contra la sociedad civil, más allá de las cuestiones ideológicas: ha dado la orden de liberar a asesinos, violadores y torturadores probados. Y lo ha hecho en el marco de una avanzada cultural que incluye revisiones fraudulentas del pasado y ofrecimientos de reconciliación farisaica.

Todo fallo es político. Y lo sustancial, aquí, es que el Macrismo ha profundizado su agresividad contra la sociedad civil, más allá de las cuestiones ideológicas

Hay quienes creen que se trata simplemente de una “declaración de guerra” a los sectores preocupados por los derechos humanos -la izquierda, el kirchnerismo, las organizaciones de Madres, Abuelas, familiares-. Otros creen que es una jugada sin costo político porque los medios de comunicación han anestesiado a la sociedad “no ideologizada” (el entrecomillado es pura ironía) no sienten interés en lo ocurrido en los setenta. Pero la jugada es mucho más profunda: se trata de un gesto más de revanchismo político de una derecha, integrada por el Macrismo, los poderes económicos y mediáticos, parte de la UCR y el ARI, y convalidado por sectores del Pejotismo, que usan el sello como una franquicia para hacer negocios.

Pero por sobre todas las cosas es una movida de restauración profunda de la vieja Argentina liberal conservadora de que se arrastra por el fraude y los golpes de Estado desde el siglo XIX. Es una simple devolución de favores de los jefes económicos de ese país para pocos,  a sus lacayos militares. Es un mensaje mafioso a la sociedad política, también: “A los dueños de la Argentina Vieja no los juzga nadie. Y si se los juzga, nosotros los liberaremos una y otra vez”.

El Macrismo podría haber dado un paso modernizador. Pero la derecha es como el escorpión del cuento. Siempre envenena cualquier tipo de pactos. Podría haber dejado quieta la cuestión de los setenta. Podría haber pactado sobre premisas mínimas del Estado de Derecho. Pero no pudo. Otra vez se enmarañó con un pasado violento, obviamente, porque no cree en el juego democrático. O, esperemos que no suceda, no creerá en la democracia cuando ya no la necesite.

Pero la derecha es como el escorpión del cuento. Siempre envenena cualquier tipo de pactos.

Si bien la “culpabilidad” del nuevo estado de injusticia en la Argentina es enteramente de la coalición gobernante, la dureza de la restauración de esa Vieja Argentina mohosa, también es responsabilidad del sector nacional y popular. Si no se hubiera errado en la mirada sobre el Macrismo, la Argentina Horrible no se habría apropiado del Estado y no se habría llevado puestas las conquistas de la primera década de este siglo. Hay responsabilidad en no haber caracterizado bien al PRO -yo mismo creí que se trataba de una “derecha moderna”-, si se hubiera realizado una buena estrategia que no incluyera el “perder para volver mejores”, si se hubiera elegido un buen candidato, si algunos no hubieran defeccionado, si se hubiera comunicado mejor, si no se hubiera llamado a votar en blanco, si no se hubiera votado alegremente el pliegue de los dos jueces de la corte, hoy estaríamos discutiendo otros problemas pero no estaríamos sufriendo este verdadero Proceso de Reorganización Nacional, ya no por vía de un golpe de Estado sino por vía eleccionaria, lo que, al menos momentáneamente, lo legitima.

Si bien la “culpabilidad” del nuevo estado de injusticia en la Argentina es enteramente de la coalición gobernante, la dureza de la restauración de esa Vieja Argentina mohosa, también es responsabilidad del sector nacional y popular

¿De qué se trata exactamente esa restauración conservadora? Sencillo, de que el hijo del zapatero siga siendo zapatero, como dijo alguna vez un jerarca de la Dictadura de Pedro Aramburu. Es un disciplinamiento y domesticación de los sectores populares, aquellos que “creyeron que tenían derecho a tener celulares, plasmas y vacaciones”.  Es una Argentina Vieja y desigual, horrible, en la que los poderosos se ríen tomando whisky importado, pagado con lo que ganaron con la especulación del dólar a futuro y las Lebacs y los pobres, en cambio, terminan como Moreira, acuchillados por la espalda por la Justicia o corriendo y escapando de las balas 9 milímetros en algún callejón del Gran Buenos Aires.

 

 

 

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