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En el gobierno parecen querer jugar con el fuego

 “Quiero una denuncia por semana”.  Escribe Alejandro C. Tarruella

Alejandro C. Tarruella

Se mencionó en algún programa de radio que el presidente Mauricio Macri, habría pedido en una reunión de Ceos (gabinete) algo así como “Quiero que me traigan una denuncia por semana”. Así se suceden el regreso de la impresentable presunta denuncia que realizó el malogrado Fiscal Nisman, las denuncias contra Cristina Fernández de Kirchner, activadas con el plus del triste papel de “Servilleta” Bonadío, los golpes de efecto de las parodias de Lilita Carrió. Esta diputada fracasó la semana anterior cuando, tal vez siguiendo el libreto de arrojar una acusación cada siete días, se metió con Daniel Scioli y logró que otra denunciante (que suele actuar de la mano de Bonadío), Margaret Stolbizer, la cruzara. No por convicción sino por la desgarrada lucha por los espacios que sobrelleva con la Carrió en la provincia. Ambas quieren llevarse el bastón de senador el año próximo y se muerden paso a paso, atravesando las ruinas del odio que dejan a su paso los degollamientos corporativos que se han instalado en esta etapa de la mercantilización de la política. Sin embargo, hay un dato común, cada denunciante actúa bajo el llamado que realiza el gobierno con un fin: hacer de la presunta corrupción y sus denuncias un muro que impida ver la realidad.

   ¿Pero qué ocurre cuando un gobernante pide cortinas de humo sobre lo que ocurre en la sociedad? Sucede que no quiere ver las señales de la realidad que vive su pueblo. Entonces decide no tomar en cuenta la voz de los otros, ruidazo,  rechazo del tarifazo, reclamos de salarios frente a una inflación infame, frente a la falta de vacantes en la escuela pública, frente a los problemas que enfrentan los jubilados, etc. En tanto, se demuele la cultura (el teatro San Martín de la ciudad de Buenos Aires es un símbolo como el fin del plan de lectura en el Ministerio de Educación, ejemplos entre muchos), se quitan apoyos económicos a la producción local, se recortan subsidios mientras se agitan bondades que la calle desmiente. Sucede además, que las inversiones fabulosas no llegaron jamás y en cambio, se pagó con usura a los fondos buitres (¿hubo comisiones en favor funcionarios participantes como en el 2001?) Es muy sencillo, para encubrir este estado de cosas que afecta la vida cotidiana de los ciudadanos cuando no se tiene la menor intención de dar respuestas, hay que meter denuncias o tal vez pedir a un juez que arme un show de la citación a Hebe de Bonafini. Todo en pos de eludir los vientos adversos, para los otros, de la realidad.

¿Qué se gobierna y para qué?

   El orden de los factores no altera el producto, dice un principio que no pertenece a Durán Barba.  Si hasta embajador de Israel, Ilan Sztulman se mete en los asuntos internos del país para decir en favor de las denuncias que pide el poder: “Pienso que la denuncia de Nisman hay que continuarla”, las cosas son claras. Una dramatización de la Carrió o la Stolbizer, es escuchada por el gobierno, celebrada incluso, pero jamás lo que siente el soberano arrojado al tacho de la falta de representación.

   Para los que mandan, lo que sucede en La Matanza o en Tartagal, carece de importancia pero hay que pasarlo por arriba a través de la presión mediática, la cadena nacional de medios privados que por ejemplo, impiden difundir el segundo ruidazo nacional. Ahí temen porque hay un fenómeno que trasciende lo económico: la unidad histórica y cultural que tiene la población del conjunto del país. En un sonido adverso que suena en las calles del país se marca ese sentimiento común que alude al 2001 pero también al 8 de octubre de 1812 cuando el pueblo, con San Martín a la cabeza, terminó con el primer triunvirato. Los pronunciamientos del Exodo Jujeño, Fontezuela, Arequito y otros, dejar ver (a quienes quiere ver) que no somos un pueblo manso. Por eso, con mirada responsable habría que dar respuestas concretas a demandas que son colectivas para evitar males mayores. Tarea que corresponde a un gobierno que no sea exclusivamente expresión de las corporaciones. No hay que llegar a “cuando peor mejor” como clamaban los irresponsables del ’76.

   Por lo pronto, el gobierno no cumple con lo que marca la justicia: refacturar luz y gas con las tarifas anteriores ya que supone que la justicia es la que favorece sus planes, la otra no; hay independencia de justicia sino pertenencia. Así, aguardan que el visitante secreto de Casa de Gobierno, Lorenzetti y sus cortesanos, den por tierra con las aspiraciones masivas de evitar el tarifazo y la usura, y la implanten para luego lanzarla sobre los sectores más vulnerables de la sociedad. De ahí que una denuncia por semana pueda ayudar a los planes oficiales. El otro camino es el Estado de Derecho que hoy está lejos de las aspiraciones de los miserables. “Que las verdades no tengan complejos/ que las mentiras parezcan mentiras”, dice Sabina.

   Falta además que los cortesanos propios (los “de acá”) pongan sus barbas en remojo. Ellos dicen que son militantes, no, son funcionarios. Hoy ilusionan que el pueblo ponga el cuerpo para luego ir por los cargos. Hay avanzar sobre la ilusión de las cortes, que son de derecha y de izquierda, porque la transformación pasa por acabar con la monarquía misteriosa de los funcionarios de toda laya que se echan el poder al hombro y lo ejercen sobre el resto con la insolencia de los que se creen los elegidos quien sabe de quién. En tanto, congelan en un tiempo y otro la política para negociar por arriba el abajo. Por lo pronto vale que el movimiento obrero caracterice a estos días como algo que anda “De mal en peor”.

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