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Fernanda Vallejos: «El Gobierno impulsó el sobreendeudamiento que sumó US$ 48.772 millones»

En Mucho más que dos, la economista evaluó los resultados de la política del Gobierno de Macri. Inflación, caída del consumo, endeudamiento y recesión». 

La economista Fernanda Vallejos evaluó el año de Mauricio Macri en números. En una nota publicada en Mucho más que dos explicó que el cóctel llevado adelante fue el aumento de la inflación, la caída del poder adquisitivo que llevó a una caída del consumo. Todo esto se mantuvo en pie por un endeudamiento completo.

A continuación, la nota completa de Vallejos:

RESUMEN EJECUTIVO

La economía del gobierno macrista se precipita hacia el subsuelo de lo socialmente intolerable.

La maxidevaluación del peso que, entre diciembre de 2015 y diciembre de 2016, alcanzó el 65% y la eliminación de retenciones al agro (reducción del 5% en el caso de la soja), a la gran industria multinacional exportadora y a la minería, tuvieron su correlato en un angustiante salto inflacionario: luego de una desaceleración de más de 15 puntos porcentuales (p.p.) durante el año 2015, la política de la ortodoxia neoliberal, casi duplicó la tasa inflacionaria durante 2016 llevándola hasta el 44,8% anual, 20,9 p.p. por encima de la de 2015 (23,9%). Sin embargo la inflación no debe ser observada aisladamente, sino a la luz de la evolución de otras variables sensibles, fundamentalmente: los salarios de los trabajadores. El problema radica en que éstos vieron, durante el primer año de gestión del nuevo neoliberalismo argentino, derrumbarse la capacidad adquisitiva de sus ingresos, cuyo crecimiento nominal (30%) se ubicó, en promedio, unos 15 puntos por debajo del crecimiento de los precios. Pero el martirio del pueblo trabajador no estuvo signado exclusivamente por el daño sobre sus ingresos sino que tuvo como rasgo saliente una alarmante destrucción de fuentes de trabajo: la tasa de desocupación, por primera vez después de doce años, volvió a crecer para ubicarse, en el tercer trimestre, en 8,5%, más de 2,5 p.p. por encima de la de 2015, lo que significa que más de 1 millón de trabajadores se encuentran desocupados, unos 32o.000 más que los que se contaban un año atrás.

En términos macroeconómicos, los resultados son los esperables. La primera variable en resentirse fue el consumo, que acumula once meses consecutivos de caída, hasta noviembre, con un retroceso de -3,3%. Al desplome del consumo, que midió -5,5% en noviembre, le siguen otras variables, entre ellas, la inversión (-8,3% en el tercer trimestre) que se ubicó más de dos puntos porcentuales por debajo del promedio de los doce años previos, medida como porcentaje del PBI. La capacidad instalada de la industria, para el promedio de los diez primeros meses de 2016, se encuentra casi 5 p.p. por debajo del promedio de 2015 para el mismo periodo, lo que adelanta las pocas chances de mejora de la inversión en el horizonte futuro.

El hecho de que sólo el 64% de la capacidad instalada de la Industria esté siendo utilizada habla, de hecho, de uno de los sectores que más ha sufrido las políticas oficiales. La industria atraviesa (a noviembre) su décimo mes de caída consecutivo, acumulando en los primeros once meses de 2016 un retroceso interanual de 5%. Sumado al aumento de costos (devaluación más inflación) y caída de la demanda debió enfrentar la competencia de bienes de consumo importados que el gobierno permitió ingresar tras demoler el esquema de administración del comercio y protección de la industria nacional. Mientras las importaciones de bienes para la producción industrial sufrió un retroceso del 10%, producto de la recesión, las de bienes de consumo que compiten con nuestra industria crecieron un 10%, durante los primeros once meses del año. Fueron los trabajadores del sector quienes pagaron las consecuencias de la política económica: para el segundo trimestre del año, más de 25.300 trabajadores industriales (registrados) habían perdido sus empleos. El deterioro de la matriz industrial se cristalizó, también, en el nuevo mapa de exportaciones. En los primeros 10 meses del año Argentina perdió 1.053.000.000 de dólares con respecto al año anterior, por el desplome de las exportaciones. En conjunto, retrocedieron, entre enero y octubre, más del 2%. Pero el derrumbe no fue para todos parejo. Las exportaciones primarias avanzaron casi un 13%, en cambio, las manufacturas de la industria retrocedieron un 10% y las manufacturas agropecuarias, un 4%.

Como el industrial, la mayoría de los sectores productores fueron afectados por el cambio de régimen económico. El caso de la Construcción es el más paradigmático. Desde que Mauricio Macri asumió, acumula once meses consecutivos de caída y un retroceso superior al 13%. El empleo formal en el sector de desmoronó 12%, con más de 56.000 trabajadores (registrados) que perdieron sus empleos, para el segundo trimestre del año. Una parte importante de este resultado se explica por el comportamiento del sector público. La política oficial sobre el gasto público, caracterizada por un fuerte ajuste en términos reales, tuvo puesto el acento en el recorte sobre los gastos de capital (la inversión del Estado, como la Obra Pública), que sufrieron una caída de 25% real interanual en 2016. 

El conjunto de políticas y resultados económicos reseñados en este informe, terminaron por configurar el cuadro de severa recesión que atraviesa la economía nacional. La evolución de la actividad económica a lo largo del año, después de haber crecido 2,6% en el año anterior, ha ido profundizando la recesión, con una caída en el PBI del -3,4% en el segundo trimestre y del -3,8% en el tercero. Octubre volvió a resaltar que seguimos cayendo, con un rojo de -4,7% que preludia, junto al -3,9% de noviembre que anticipan mediciones privadas, que el último trimestre del año ratificará la tendencia recesiva.

Como siempre hemos sostenido, la economía no es inocua. Con el cambio de régimen, algunos pocos ganaron donde muchos perdieron. Así, sólo el 10% más rico de la población (decil 10) logró mejorar, fruto de la política de transferencia regresiva de ingresos, su participación relativa sobre el ingreso nacional (+1,6 p.p.), acumulando para sí la suma de los retrocesos de todo el resto de la sociedad: los más pobres (decil 1) perdieron 0,1 p.p., los sectores de ingresos bajos (deciles 2 y 3) perdieron 0,4 p.p., los de ingresos medios (deciles 4 al 6) perdieron 0,5 p.p., los de ingresos medios-altos (deciles 7 y 8) perdieron 0,5 p.p., en tanto los de ingresos altos (decil 9) no modificaron su posición.

Decíamos al comienzo que una de las primeras medidas del gobierno fue la brusca devaluación de la moneda -presentada como “levantamiento del cepo”- que habilitó la compra ilimitada de dólares y, con ella, la fuga de divisas. Durante 2016 la fuga creció un 108% en relación con 2015: creció más del 84% la Formación de Activos Externos (FAE) del Sector Privado No Financiero (compra de dólares para ahorro, tanto dentro como fuera del país), creció 1.033% la remisión de utilidades y dividendos al exterior y los intereses de la deuda casi se duplicaron, con una expansión superior al 96%. Si desagregamos la FAE (noviembre 2016), la adquisición de dólares billetes fue concentrada por 703.000 pequeños compradores donde el 45% de las operaciones fueron por montos inferiores a los 10.000 dólares mensuales. Por su parte, la compra de dólares divisa (para girar al exterior) fueron concentradas por apenas 950 operadores donde el 82% de las transacciones superó los 2 millones de dólares. En el caso de las personas jurídicas, ese universo se remite a las empresas multinacionales así como (pocas) grandes empresas de capital nacional. En el caso de las personas físicas se trata de un núcleo inferior al 10% de la población, el más rico dentro de la pirámide de ingresos. Lo mismo cabe inferir para el caso del turismo exterior. Ese 10% privilegiado dolarizó el excedente que logró capturar fruto de las políticas de transferencia regresiva de ingresos, manteniéndolo “debajo del colchón” o en cajas de seguridad o, directamente, girándolo al exterior.

La fuga de divisas contabilizó un total de 25.510 millones de dólares durante los primeros once meses de 2016. Si sumamos el flujo de divisas por turismo, la salida neta trepa hasta los 31.650 millones de dólares. Paralelamente, a lo largo de 2016, el gobierno impulsó una política de sobreendeudamiento externo que sumó 48.772 millones de dólares entre enero y noviembre, de los cuales el 73,2% corresponden a emisiones del gobierno nacional (unos 35.700 millones de dólares). Esa abultada carga tuvo, en gran medida, como destino insoslayable, atender la vocación fugadora de un pequeño sector privilegiado, junto con los intereses de las multinacionales extranjeras que extraen el fruto del trabajo de los argentinos para girarlo al exterior y el capital financiero internacional que se ha beneficiado y se beneficiará con el flujo de intereses de una deuda vertiginosamente creciente.

Paralelamente, para contener la demanda de divisas y el tipo de cambio en el entorno de los 16 pesos, el Banco Central instrumentó una política de elevadísimas tasas de interés, a través de la emisión de LEBAC, cuyo stock se multiplicó por 2,5 veces, entre noviembre de 2015 y noviembre de 2016, alcanzando los 660.680 millones de pesos, mientras que el monto de intereses se duplicó, ascendiendo a 14.700 millones de pesos mensuales. Esto pone en evidencia, de la mano con la evolución del endeudamiento externo y la duplicación de la fuga de divisas, el elevado costo de la liberalización del mercado cambiario que vino a satisfacer la apetencia de dólares de los sectores minoritarios a cuyos intereses sirve el gobierno que encabeza Mauricio Macri. 

Cambiamos. Tanto que los únicos privilegiados ya no son los niños. Ahora lo únicos privilegiados son el 10% más rico, junto con las multinacionales extranjeras y el capital financiero internacional.

COMENTARIO PRELIMINAR

Los datos duros no dejan lugar a dudas. La economía del gobierno macrista se precipita, como una bola de nieve cuesta abajo, hacia el subsuelo de lo socialmente intolerable. Lo sabe el monopolio (des)informativo Clarín que se afana en maquillar de oposición a la segunda marca del proyecto neoliberal doméstico encarnado por Sergio Massa. Lo sabe el tiempista Prat Gay que abandonó el Titanic mientras todavía flota, en busca de preservar para sí un lugar en la política cuando el barco de Cambiemos sea tragado inexorablemente por el océano de insostenibilidad de sus propias políticas. Lo sabe el gobierno y sus mandantes, urgidos de hacerse del control del resultado electoral, con el fallido intento (por ahora) de imponer el fraude electrónico (1) y, por estas horas, colocando alfiles, bajo su comando, de la Cardenal Newman’s troup en los juzgados con competencia electoral (2) en un intento desesperado de proscribir a los cuadros del proyecto nacional-popular, con la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner a la cabeza (a la cabeza también de la intención de voto del pueblo argentino y -lo que más les preocupa- del que habita la populosa provincia de Buenos Aires).

Pero vayamos a los números que, fuera de toda opinión o sesgo ideológico, son, a todas luces, lapidarios para la gestión del “mejor equipo de los últimos 50 años”. El que quiera oír que oiga. Aunque es difícil a esta altura, y lo será más, conforme avance el tiempo y prosigan estas políticas, que alguien escape al grito de auxilio de los bolsillos de la enorme mayoría de argentinos, agredidos ininterrumpidamente desde que el empresario que nacionalizó su deuda externa con el favor de Domingo Cavallo durante la última dictadura cívico-militar, contrabandeó impunemente gracias a la Corte adicta menemista, defraudó al fisco, privatizaciones de por medio, y protagoniza actualmente el mayor escándalo de corrupción estructural por delitos financieros de la historia de la humanidad con más de 50 empresas off shore conocidas (hasta el momento) mediante las cuales ha evadido, fugado y lavado su mal habida fortuna familiar (3), asumió, para desgracia -y vergüenza- de la Argentina, la presidencia de la Nación.

LOS NÚMEROS

El año económico macrista arrancó, ni bien asumido Cambiemos, con dos medidas marcadamente antipopulares: la maxidevaluación del peso que, entre diciembre de 2015 y diciembre de 2016, alcanzó el 65% y la eliminación de retenciones al agro (reducción del 5% en el caso de la soja) y a la gran industria multinacional exportadora, sectores a los que luego se sumaría la minería. El resultado, obvio, harto estudiado y empíricamente archi-demostrado, tuvo su correlato en un angustiante salto inflacionario que golpeó, en primera instancia, a los precios de los alimentos y, con ello, a los sectores que más necesitan la protección del Estado: los más pobres (4); además de sobre el conjunto de los precios de la economía, en general.

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Como puede observarse en el cuadro precedente, luego de una desaceleración de más de 15 p.p. en el año 2015, la perniciosa política de la ortodoxia enquistada en el gobierno neoliberal de Macri, casi duplicó la tasa inflacionaria durante 2016 que, orillando el 45% anual, superó en casi 6 p.p. los niveles de 2014 que eran señalados como “intolerables” por los mismos economistas que hoy forman parte del gobierno de Cambiemos.

Esto no hubiera sido tan agudamente grave si desde el Estado se hubiera acompañado con una adecuada política de ingresos que morigerase el impacto de la evolución de los precios. Siempre hemos sostenido, y volvemos a enfatizar, que la inflación no debe ser observada aisladamente, sino a la luz de la evolución de otras variables sensibles, fundamentalmente: los salarios de los trabajadores. Sin embargo, las paritarias se negociaron muy por debajo de la inflación. Hay que recordar que los economistas del gobierno, con el saliente Prat Gay a la cabeza, sostenían, al momento de las negociaciones paritarias, que la inflación cerraría en 25% en 2016 -erraron apenas por 20 puntos-, presionando a los sindicatos para negociar paritarias en ese orden bajo amenaza de atenerse a los despidos que seguirían de exigir una mayor recomposición salarial. Pero no sólo eso. Cuando la realidad se tornó inocultable y la situación económica de la mayoría de las familias argentinas, desesperante, la urgencia que se imponía a los trabajadores era unívoca: reabrir las paritarias. Fue el gobierno nacional, a través del Ministro de Trabajo Jorge Triaca quien obturó, por todos los medios a su alcance, esa posibilidad, para beneplácito del poder económico, de cuyo seno provienen y a cuyos intereses representan. Entre los corolarios más estremecedores de esta nueva realidad económica, se ubica, a la cabeza, el acelerado crecimiento de la pobreza y la indigencia (5), de nuevo, tras doce años de persistente reducción de esos guarismos.

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Después de una importante recuperación de los salarios en términos reales (por encima de la inflación) a lo largo de los doce años de gestiones de Néstor y Cristina Kirchner y de una fuerte recomposición durante 2015 (habían sufrido durante 2014 el impacto de la devaluación de 20% de enero de ese año, impulsada por los operadores económicos en el mercado cambiario que buscaban desestabilizar al gobierno de entonces), los trabajadores vieron, durante el primer año de gestión del nuevo neoliberalismo argentino, derrumbarse la capacidad adquisitiva de sus ingresos, cuyo crecimiento nominal se ubicó, en promedio, unos 15 puntos por debajo del crecimiento de los precios. En ese contexto de pérdida de poder de compra, el gobierno nacional desafió, además, la paciencia del pueblo trabajador con una política brutal de tarifazos sobre los servicios públicos del gas, la electricidad y el agua, que mermaron aún más los ya alicaídos bolsillos de los argentinos. Incluso, la que otrora había constituido el principal eje de los reclamos de la Confederación General del Trabajo (CGT) conducida por Hugo Moyano y compartida por todos los sectores sindicales, el reclamo por la eliminación del Impuesto a las Ganancias para la cuarta categoría (trabajadores en relación de dependencia) que el actual presidente utilizó como mentira demagógica de campaña (6), les fue también negada después de un bochornoso derrotero legislativo que finalizó con la aprobación de una reforma que deja a más trabajadores tributando (durante 2016 y en adelante) que los que lo hacían antes de la llegada del macrismo al gobierno.

Sin embargo, el martirio del pueblo trabajador no estuvo signado exclusivamente por el daño sobre sus ingresos sino que tuvo como rasgo saliente una alarmante destrucción de fuentes de trabajo. La ola de despidos comandada por el Estado (Nacional y de los órdenes inferiores, allí donde Cambiemos había logrado hacerse del ejecutivo) fue entusiastamente seguida por el sector privado, especialmente por las grandes empresas (7) que se garantizaron, también, el veto presidencial a la Ley Antidespidos que había aprobado el Congreso de la Nación. Esta deliberada política de aumento del desempleo es una de las armas elegidas por el gobierno para disciplinar a los trabajadores en sus reclamos tanto salariales como en sus reivindicaciones en general, cercenando su capacidad de negociación frente a las Reformas Estructurales (8) que prepara Cambiemos para arrasar con los derechos laborales institucionalizando la flexibilización y precarización laboral, que facilitaría el cumplimiento de sus metas de mediano plazo colocando el salario argentino en los niveles de subsistencia que caracterizan a otros países de la región gobernados por el neoliberalismo (9)cuyo máximo exponente es el México de Peña Nieto.

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La drástica, primero, y persistente, después, reducción de la tasa de desocupación que caracterizó a la Argentina kirchnerista entre 2003 y 2015, fue quebrada ferozmente por el gobierno de Macri que, para cerrar el año, ejecutó, mientras se escribía este informe, el despido de 3000 trabajadores del Ministerio de Educación y Deportes de la Nación, en sintonía con el diagnóstico del nuevo ministro de hacienda, el ex funcionario menemista y de la Alianza y columnista de TN (Clarín) y La Nación, Nicolás Dujovne, quien adelantó que “sobran un millón de trabajadores en el Estado”. La reducción de jornadas laborales, eliminación de horas extra y ofertas de retiros voluntarios -con presiones sobre los trabajadores desechados para que acepten porciones irrisorias de lo que les corresponde en concepto de indemnización- completan el desolador panorama laboral cotidiano del 2016 en el sector privado. El corolario, como se desprende del cuadro anterior, es una tasa de desocupación que, por primera vez después de doce años, volvió a crecer para ubicarse, en el tercer trimestre del año, en un triste 8,5%, más de 2 y medio puntos porcentuales por encima de la que teníamos en 2015, lo que significa que más de 1 millón de trabajadores, entre los 12 millones que componen la Población Económicamente Activa (PEA), no tienen trabajo, unos 32o.000 más que los que se contaban un año atrás.

En términos macroeconómicos, los resultados no son otros que los esperables. La primera variable en resentirse fue el consumo, producto de la altísima inflación inducida por las políticas oficiales, la enorme caída de los salarios reales, acompañada del desmantelamiento de los incipientes mecanismos de control de precios que había diseñado el gobierno anterior y los permanentes permisos del ejecutivo para que los precios continúen aumentando (naftas, peajes, salud, educación, medicamentos, etc.) y el notorio deterioro del mercado de trabajo. El consumo, tan vapuleado por los paladines de la inversión resulta absolutamente determinante de los niveles de actividad económica. Por un lado, porque explica alrededor del 70% del producto. Pero también, porque otras variables, por caso la inversión, están fuertemente determinadas por aquél. Como hemos repetido hasta el cansancio: ningún agente económico (racional, como gusta decir la ortodoxia) decidirá invertir para ampliar su capacidad productiva si no tiene un mercado donde colocar los frutos de esa producción. El mercado interno argentino, como en una obra en demolición, fue mancillado por las políticas oficiales, colocando a la demanda efectiva en terapia intensiva.

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Tal como surge del cuadro, el consumo acumula en once meses consecutivos de caída, hasta noviembre, un retroceso de -3,3%, sin nada que permita prever que diciembre pueda aportar datos menos desalentadores. La evolución del consumo agregado es, en pocas palabras, crítica. El desmenuzamiento de ese dato agregado aporta otros elementos, un tanto más dolorosos que el frío análisis macroeconómico: entre ellos el desbarrancamiento del consumo de carne, leche, frutas y verduras o medicamentos hablan a las claras de las afectaciones concretas que las malas políticas económicas tienen sobre la calidad de vida de las personas. Los niños, niñas y adolescentes que han dejado de consumir esos productos básicos para una dieta saludable se corroboran, pari passu, con la duplicación y triplicación de la demanda de asistencia en comedores escolares y comunitarios. Las recetas caídas en las farmacias, un fenómeno novedoso en el país según los especialistas en consumo, también muestran descarnadamente la tragedia cotidiana de millones de argentinos, muchos de ellos adultos mayores que, por primera vez desde la puesta en marcha de la ley de actualización de haberes previsionales sufrieron, igual que los trabajadores activos, una terrible caída de sus ingresos reales (los haberes nominales crecieron sólo el 30%), al mismo tiempo que una larga lista de medicamentos cubiertos en un 100% hasta 2015, perdieron esa cobertura y, para coronar el cuadro, por estos mismos días, deben sufrir la desaprensión del PAMI bajo la gestión macrista que ha entrado -por tercera vez en el año- en cesación de pagos con los proveedores de medicamentos exponiendo a los jubilados a la suspensión de su atención en todas las farmacias.

Volviendo a los números duros, como señalábamos más arriba, al desplome del consumo que midió -5,5% en noviembre le siguen otras variables. Entre ellas, la inversión, uno de los principales leit motiv de campaña del actual oficialismo que sostenía haría descansar sobre ella su modelo de crecimiento. Sin embargo, más allá de la vocación meteorológica de los exégetas del clima de negocios, la racionalidad económica se impuso sobre la inversión mostrando, frente a desastrosas políticas económicas, resultados ídem.

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La variable estrella del gobierno fue, por cierto, dentro de los componentes de la demanda agregada, la que sufrió la caída más pronunciada, ubicándose en el tercer trimestre del año más de dos puntos porcentuales por debajo del promedio de los doce años previos cuando, según los economistas neoliberales, los “controles oficiales” y la “sofocante presión tributaria” le impedían crecer.

Paralelamente con el achicamiento de la demanda de inversiones, frente al derrumbe de la economía, en general, y del consumo, en particular, la capacidad instalada de la industria muestra un creciente porcentaje de ociosidad que adelanta las pocas chances de mejora de la inversión en el horizonte futuro.

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A partir del mes de febrero se observó una persistente reducción de la utilización de la capacidad instalada que, para el promedio de los diez primeros meses de 2016, se encuentra casi 5 puntos  porcentuales por debajo del promedio de 2015 para el mismo periodo. La conclusión es incuestionable: para invertir habrá que, primero, generar las condiciones para la expansión de la demanda y la producción tal que hagan posibles la re utilización de una capacidad ya instalada que fue quedando sin uso producto del deterioro de la economía. Un objetivo que luce, en vistas de un gobierno que parece tener como objetivo el ajuste, por demás ambicioso.

El hecho de sólo el 64% de la capacidad instalada de la Industria esté siendo utilizada habla, de hecho, de uno de los sectores que más ha sufrido las políticas oficiales. Primero, porque el mercado interno donde colocaba sus productos, fue azotado por la pérdida de capacidad adquisitiva de los argentinos que los consumían hasta 2015. Segundo, porque, como veremos más adelante, tampoco el mercado externo, marcado por la crisis del comercio internacional, se ha mostrado amigable (en rigor de verdad, todo lo contrario).

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La industria atraviesa su décimo mes de caída consecutivo, acumulando en los primeros once meses del año un retroceso interanual de 5%. Hay que apuntar que el sector ha vivido una pesadilla a lo largo de 2016: se incrementaron los costos de sus insumos importados al compás de la devaluación, los de los insumos nacionales al calor de la inflación y, además, sobre la caída de la demanda, debió enfrentar la competencia de los bienes de consumo importados que el gobierno permitió ingresar en avalancha tras demoler el esquema de administración del comercio y protección de la industria nacional. Los números que pueden observarse en el cuadro, a continuación, me eximen de mayores comentarios: mientras las importaciones de bienes que se utilizan para la producción de bienes finales que fabrica la industria local sufrió un retroceso del 10%, producto de la recesión industrial que demandó menor cantidad de insumos importados; los bienes de consumo importados que se comercializan en el mercado interno y que compiten con nuestra industria crecieron un 10%, durante los primeros once meses del año.

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En el caso de las pymes, éstas han hecho malabares para sobrevivir (aunque muchas no lo lograron) a una política que no comparten (10) y que las perjudica sin compensación. En el caso de las grandes -la mayor parte de capital foráneo- que sí hubieran podido, por su poder de mercado, establecer otro tipo de estrategia, como por ejemplo, recortar los márgenes de ganancia para que los impactos de la política neoliberal no recaiga enteramente en los precios y de ese modo sacrificar una porción menor de las cantidades vendidas, lo que se observa es que la única variable de ajuste sobre la que hicieron pesar el costo del ajuste fueron los trabajadores, escatimándoles la necesaria recomposición salarial que les hubiera reportado, a la vuelta, el beneficio de mayores ventas, y abrazando la política de avance de la desocupación que promueve el gobierno a la que, en definitiva, apuestan, porque lo que siempre buscaron es someter a los trabajadores argentinos a los salarios mexicanos, como ya se dijo más arriba.

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Efectivamente, al compás del retroceso de la producción industrial, fueron los trabajadores del sector quienes pagaron las consecuencias de una política económica que ha abandonado los objetivos de reindustrialización nacional que habían caracterizado a los doce años anteriores a Macri. En el segundo trimestre del año, más de 25.300 trabajadores industriales habían pasado a integrar el tristemente célebre ejército de reserva.

Como habíamos adelantado más arriba, el deterioro de la matriz industrial de la Argentina se cristalizó, también, en el nuevo mapa de exportaciones que la política económica de Mauricio Macri instauró en su primer año de gobierno. Las exportaciones de manufacturas retrocedieron frente a uno de los grandes ganadores del modelo económico PRO, el agro. Las exportaciones primarias ganaron terreno frente a las manufacturas, tanto de origen industrial como de origen agropecuario, lo que no sirvió para compensar el desplome de las exportaciones, en conjunto.

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En los primeros 10 meses del año Argentina perdió 1.053.000.000 de dólares con respecto al año anterior, por efecto del desplome de otro de los componentes de la demanda agregada. Casualmente el otro que, junto con las inversiones, el gobierno había señalado como uno de los motores de su modelo de crecimiento. En conjunto, las exportaciones retrocedieron, entre enero y octubre, más del 2%. Pero el derrumbe no fue para todos parejo. Las exportaciones primarias avanzaron casi un 13% empujadas, en buena parte, por el desestockeo del sector que antes acumulaba sus granos a la espera de los beneficios que un potencial triunfo electoral de Cambiemos le reportaría y que, efectivamente, le reportó. En cambio, las manufacturas de la industria retrocedieron un 10% en el mismo periodo, en tanto, las manufacturas agropecuarias cayeron un 4%, arrastrando tras de sí aquella frase de ocasión de Mauricio Macri que sostuvo que quería convertir a la Argentina en el “supermercado del mundo”. Los datos confirman las sospechas de los que siempre creímos que su modelo estaba más cerca de empujarnos a ser un granero antes que un supermercado.

Como desprendimiento de lo anterior, la participación de las exportaciones primarias creció en el total de la canasta exportadora del país señalando, inconfundiblemente, el proceso de reprimarización de nuestra economía, contracara del desguace industrial.

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Como puede observarse, las manufacturas industriales representaron 3 p.p. menos que en 2015 mientras que las agropecuarias 1 p.p. menos. Por su parte, las exportaciones primarias ganaron 5 p.p. sobre el total exportado en relación con 2015. Con un agravante: las bondades de la industria sobre las producciones primarias y extractivas guardan relación, entre sus principales causas, con la capacidad de generar empleo de la primera por sobre la segunda. Los 25.000 trabajadores industriales registrados que perdieron sus empleos son la medida más cruda de esa realidad, y otro tanto los trabajadores informales que no aparecen en los registros.

Lógicamente que no sólo el sector industrial fue afectado por el cambio de régimen económico. Como se sabe, la mayoría de los sectores productores corrieron la misma suerte. El caso de la Construcción es el más paradigmático y el que muestra los números más dramáticos.

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En efecto, desde que Mauricio Macri asumió, la construcción no ha dejado de caer y muy pronunciadamente. Acumula once meses consecutivos de caída y un retroceso superior al 13%. En parte, porque la construcción privada se frenó a consecuencia de la recesión general de la economía, en parte porque la Obra Pública también se hundió en base al culto oficial de recorte del “gasto” público mientras que la misma suerte corrieron las obras vinculadas al sector pretrolero, en un contexto donde la nueva gestión de Cambiemos al frente de YPF ha recortado a la mitad el programa de inversión que la petrolera de bandera tenía en los tiempos de Miguel Galuccio. Al igual que en la industria y el resto de los sectores, los trabajadores son víctimas directas de las políticas que metieron la marcha atrás en la economía.

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Con una caída del empleo formal del 12% dentro del sector, son más de 56.000 los trabajadores de la Construcción que perdieron sus empleos en el segundo trimestre del año y, con él, la dignidad y la satisfacción de poder cubrir las necesidades básicas de sus familias.

Los alarmantes resultados en el sector de la Construcción, como mencionábamos antes, cuenta al sector público, por la decisión del gobierno de paralizar la ejecución de la Obra Pública, entre sus responsables directos. De hecho, la política oficial sobre el gasto público, caracterizada por un fuerte ajuste en términos reales tuvo puesto el acento en el recorte sobre los gastos de capital (la inversión del Estado).

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Como puede observarse, el único ítem que muestra una variación apenas por encima de cero es el referido a jubilaciones, debido a los pagos efectuados a los jubilados de mejores ingresos luego de la aprobación de la ley de blanqueo de capitales que incluyó el pago parcial de los juicios de aquellos beneficiarios que se encontraban en litigio con la ANSES. Por lo demás, todos los rubros sufrieron variaciones fuertemente negativas, impactando de manera significativa sobre las provincias y más aún sobre la inversión pública, afectando, como ya se dijo, a miles de trabajadores de fueron expulsados del mercado de trabajo.

Naturalmente, aunque nada de estos trágicos resultados son obra de la naturaleza sino de la mano de los hombres que conducen los destinos políticos de la Nación, estos trabajadores ahora desocupados, junto con otras centenas de miles retroalimentan el círculo vicioso de caída del consumo y la demanda, con la que comenzamos este sintético análisis del año en el que el 51% de la sociedad argentina decidió que #Cambiemos, configurando el cuadro de severa recesión económica que padecemos la inmensa mayoría incluídos, por supuesto, una porción muy importante de los que votaron “el cambio”.

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La evolución de la actividad económica a lo largo del año, después de haber crecido 2,6% en el año anterior, ha ido profundizando la recesión, con una caída en el PBI que pasó del -3,4% en el segundo trimestre al -3,8% en el tercero (casualmente, los tres primeros meses del famoso segundo semestre donde las autoridades nacionales, con el presidente en primer lugar, habían asegurado a los argentinos que empezaríamos a gozar de los “brotes verdes”). Secos, como hojarasca en otoño, avanzan los meses, a pesar de que el calor nos recuerda que estamos en verano, de la mano con los retos oficiales para que apaguemos los aire acondicionados, un “lujo” que en la era Cambiemos también queda restringido a las históricas minorías del privilegio. Octubre volvió a resaltar que seguimos cayendo, siempre un poco más profundo, con un rojo de -4,7% que preludia, junto al -3,9% de noviembre que anticipa el ITE, que el último trimestre del año puede confirmar aquello de que “siempre se puede estar peor”.

Eso sí, lo de peor, tampoco es para todos. Porque, insistiendo, a riesgo de hartar a los que me leen o me escuchan, la economía no es inocua. Con la política económica de Cambiemos algunos pocos ganan donde muchos pierden.

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Luego de 12 años donde la inmensa mayoría de los argentinos vio mejorar su participación en el ingreso nacional, acortando la brecha de desigualdad distributiva, la tendencia progresiva se interrumpió durante 2016. Así, con el nuevo modelo económico instaurado por Cambiemos, el único sector que logró mejorar su posición relativa en la distribución del ingreso nacional, acumulando para sí la suma de los retrocesos de todo el resto de los argentinos, se circunscribió al 10% más rico de la población.

Ahora bien, los resultados por el lado real de la economía, el de la producción y el trabajo, tienen su correlato por el lado financiero. Decíamos al comienzo de este informe que una de las primeras medidas del gobierno de Cambiemos fue la brusca devaluación de nuestra moneda. Esta medida fue presentada como “levantamiento del cepo“, que implicó, sin eufemismos, la eliminación de los controles cambiarios, habilitando la compra ilimitada, tras sucesivas reformas, de dólares al tipo de cambio oficial, incluidas las compras de dólares divisa para girar al exterior por parte de los grandes operadores, antes excluidas. Las nuevas operatorias favorecidas por el gobierno e instrumentadas por el Banco Central bajo la gestión de Federico Sturzenegger, procesado por el megacanje durante el gobierno de la Alianza, volvieron a abrir el grifo de la fuga de capitales, un mal endémico de la economía nacional que había logrado ser parcialmente controlado por la gestión de Alejandro Vanoli durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. De hecho durante 2016 la fuga de divisas más que se duplicó en relación con 2015. Pese a los fallidos diagnósticos de los economistas de Cambiemos que sostenían -una vez más- que un mercado desregulado sin intervención estatal generaría una confianza tal en los jugadores del “mercado” que desestimularía la dolarización de las carteras contrayendo la demanda de divisas.

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Como puede notarse en el cuadro precedente, no sólo no se contrajo la demanda de divisas sino que se expandió sensiblemente, creciendo más del 84% la Formación de Activos Externos del Sector Privado No Financiero (FAE), esto es la compra de dólares para ahorro, tanto dentro como fuera del país, y un sorprendente 1.033% la remisión de utilidades y dividendos al exterior por parte de las empresas extranjeras. Por su parte, los intereses de la deuda casi se duplicaron, con una expansión superior al 96%. Asimismo, si desagregamos la FAE en sus dos componentes (dólares billetes, que compran los ahorristas minoristas como reserva de valor, y los dólares divisa, que adquieren los grandes operadores para enviar al exterior), podemos observar que la adquisición de dólares billetes, siguiendo las notas del último informe cambiario del Banco Central de noviembre de 2016, fue concentrada por 703.000 pequeños compradores donde el 45% de las operaciones fueron por montos inferiores a los diez mil dólares mensuales. Por su parte, la compra de dólares divisa fueron concentradas en apenas 950 operadores donde el 82% de las transacciones superaron los dos millones de dólares, en tanto el 66% de las transacciones superaron los cinco millones de dólares mensuales. Se trata, como puede notarse, de un universo de personas físicas y jurídicas, pequeño. En el caso de las personas jurídicas, ese universo se remite a las empresas multinacionales que desarrollan actividades en el mercado doméstico así como grandes empresas de capital nacional. En el caso de las personas físicas se trata de un núcleo inferior al diez por ciento de la población total de la Argentina, que integra el 10% más rico dentro de la pirámide de ingresos. Lo mismo cabe inferir para el caso del turismo exterior, que sumó 6.140 millones de dólares. Puesto a la luz de la evolución de la desigualdad distributiva que ilustramos más arriba, en términos de la distribución del ingreso nacional, podemos notar que ese 10% privilegiado, el único que logró mejorar su posición relativa con el cambio de régimen económico impuesto por Cambiemos, a costas del 90% restante, ha dolarizado el excedente que logró capturar fruto de las políticas de transferencia regresiva de ingresos que llevó adelante el gobierno, manteniéndolo “debajo del colchón” o en cajas de seguridad o, directamente, girándolo al exterior. La fuga de divisas de la economía nacional hacia el exterior más que se duplicó entre 2015 y 2016, alcanzando un crecimiento de 108% y contabilizando un total de 25.510 millones de dólares durante los primeros once meses de 2016. Si contabilizamos, siempre en términos netos (ingresos menos egresos), el flujo de divisas en concepto de turismo, la salida neta de divisas entre fuga y turismo trepa hasta los 31.650 millones de dólares.

Paralelamente, no puede dejar de notarse que a lo largo de 2016 el gobierno de Mauricio Macri impulsó una política de sobreendeudamiento externo que le sumó al país la friolera de 48.772 millones de dólares entre enero y noviembre, de los cuales el 73,2% corresponden a emisiones del gobierno nacional (unos 35.700 millones de dólares), el 14,4% a estados provinciales, el 12,1% al sector privado y el 0,3% a estados municipales.

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Este vertiginoso crecimiento implicó que el endeudamiento externo del Sector Público Nacional creciera más de 3 p.p., pasando de representar un 14,2% del PBI en 2015 al 17,4% en noviembre de 2016. Esa abultada carga que recaerá sobre las generaciones presentes y futuras tuvo, en gran medida, como destino insoslayable, atender la vocación fugadora de un pequeño sector que el gobierno decidió privilegiar con sus políticas mientras, por el otro lado, carga a las mayorías con la deuda generada para satisfacción de los privilegios de aquella minoría, junto con los intereses de los mandantes externos de quienes hoy gobiernan la Nación Argentina: las multinacionales extranjeras que extraen el fruto del trabajo de los argentinos para girarlo al exterior y el capital financiero internacional que se ha beneficiado y se beneficiará con el flujo de intereses de una deuda desmesurada y ociosa que crecerá año tras año, partiendo de un piso de 38.000 millones de dólares para 2017, de acuerdo con la Ley de Presupuesto. Con un agravante: ese endeudamiento no fue, en ningún caso, aplicado a inversiones que expandieran la capacidad de generación de divisas (o ahorro de las mismas). Al contrario, se da en un contexto de recesión y caída de las exportaciones, como ya se vio más arriba, es decir, de reducción de las capacidades de repago. Amén del retorno del FMI para auditar el desenvolvimiento de la política económica y sus tradicionales recomendaciones de ajuste que, previsiblemente, se agudizarán conforme crezca el grado de compromiso del país en materia de deuda.

Pero si la aceleración de la fuga y la voluminosa deuda externa que la financió fueron parte de las consecuencias de la desarticulación de los controles cambiarios, hubo otros “daños colaterales”. Es que, para contener la demanda de divisas y que el tipo de cambio no se disparase más allá del entorno de los 16 pesos por dólar, el Banco Central salió a seducir a los poseedores de los excedentes de pesos. El instrumento elegido, a través del cual la autoridad monetaria mantuvo una política de elevadísimas tasas de interés, fueron las LEBAC, cuyo stock se multiplicó por 2,5 veces, entre noviembre de 2015 y noviembre de 2016, mientras que el monto que el Banco Central debe desembolsar en concepto de intereses se duplicó, ascendiendo a 14.700 millones de pesos mensuales.

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Como puede apreciarse en el cuadro precedente, el stock de LEBAC creció, entre noviembre de 2015 y noviembre de 2016, más de un 156%, alcanzando los 660.680 millones de pesos. En el mismo periodo la duración media de los vencimientos se redujo a la mitad, tal que el 85% del total debe ser refinanciado cada tres meses. Esto pone en evidencia, de la mano con la evolución del endeudamiento externo y la duplicación de la fuga de divisas, el elevado costo de la liberalización del mercado cambiario que vino a satisfacer la apetencia de dólares de los sectores minoritarios a cuyos intereses sirve el gobierno que encabeza Mauricio Macri.

COMENTARIO FINAL

Deberíamos, entonces, concluir que hay algo en lo que el gobierno de Mauricio Macri, no mintió. Cambiamos. Vaya si cambiamos. Tanto que los únicos privilegiados ya no son los niños. Por cierto, y a título apenas ilustrativo el Ministerio de Educación ejecutó, durante el primer año de gobierno de Mauricio Macri, el 0% del presupuesto destinado a “fortalecimiento edilicio de jardines de infantes”. No. Ahora lo únicos privilegiados son los más ricos de la pirámide, el 10% más rico, junto con las multinacionales extranjeras y el capital financiero internacional. Cambiamos, sí. Y vamos a tener que volver a cambiar. Con urgencia. Porque este gobierno es una verdadera tragedia. Se impone recuperar la felicidad para el pueblo argentino. Aunque las minorías del privilegio pongan el grito en el cielo, o las cacerolas en las calles. La grandeza de la Patria es el imperativo. Una Patria que se desarrolle con industria nacional, con pleno empleo. Una Patria con salarios dignos. Una Patria para todas y todos los argentinos. Que el 2016 que dejamos atrás, con números y realidades a la vista, alumbre un 2017 para empezar a transitar nuevamente el camino de una Argentina libre, justa y soberana.

 

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