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Edgardo Rovira: Los farsantes del sistema

Edgardo Rovira

Marx dijo alguna vez que la historia suele repetirse, primero como tragedia y luego como farsa. La recordada frase de Marx invade la memoria ni bien se advierte el contenido farsezco de la política argentina durante esta última semana (aunque podríamos ampliar el campo temporal a todo el mandato de Macri hasta ahora). La Real Academia Española define la farsa como “un enredo, trama o tramoya para aparentar o engañar”, el diccionario le da a la palabra un segundo significado, al definir al grupo que practica la farsa como “una compañía de farsantes”.

Dentro de ese concepto entran las despreciables definiciones de Miguel Boggiano, hijo del destituido ex Ministro de la Corte Suprema, Antonio Boggiano, miembro de la Corte adicta del menemismo, junto con Eduardo Moliné O´Connor.

Acostumbrado a trascender con exabruptos y barbaridades, buscando imponer sin reparos los conceptos del liberalismo, este ser insignificante y farsante dijo a través de Twitter: “Deseo que venga una crisis peor que 2001 para que Argentina achique el estado, los impuestos y los sindicatos. Por las buenas nunca se dará”. En sintonía perfecta con el silogismo usado por el ex ministro de economía Martínez de Hoz durante la última dictadura cívico militar cuando dijo “achicar el Estado, es agrandar la Nación”. El slogan de Martínez de Hoz fue una “ficción” escrita en un marco de tragedia y sangre. El de Miguel Boggiano es una farsa dentro de un contexto de comedia, pero con un grado mayor de eficiencia, debido a que el avance sobre los derechos laborales y sociales está legitimado en esta oportunidad por el voto democrático.

Es que las ficciones y farsas que narran periódicamente los exegetas del neoliberalismo ortodoxo en los medios o a través de las redes sociales, buscan hacer pasar al Estado como un “Elefante” que consume todas las riquezas de la Patria, por lo tanto, hay que darle caza y aniquilarlo, para liberar las fuerzas del mercado y de esa manera, mejorar la calidad de vida de todos. Lamentablemente, todavía hay una importante franja de la población, votantes, que compran estas afirmaciones, en aras de una supuesta eficiencia de la “mano invisible” que no existe de ninguna manera. Los ricos son hábiles en hacerle el cuento del tío a los más débiles y seguir ganando miles de millones de dólares de esa manera.

Lamentablemente, todavía hay una importante franja de la población, votantes, que compran estas afirmaciones, en aras de una supuesta eficiencia de la “mano invisible” que no existe de ninguna manera

En 1999, según un estudio del Banco Mundial, la Argentina tenía uno de los Estados más pequeños del mundo. Casi tan pequeño como el de Camerún. Sin embargo, De la Rúa asumió con la promesa de ajustar el Estado, volverlo eficiente, para que pudiera crecer el país debía reducirlo a poco y nada. En ese 1999 el  gasto público de Argentina representaba el 17% de su PBI, mientras que el de Francia era el 46,2% del PBI; el de Italia, el 41,9%; el de Alemania, el 41,70%; el de Noruega, el 37%, el de Gran Bretaña, el 36,4%; el de Uruguay, el 32%; el de Brasil, el 26,8%; el de Chile, el 23,9%; el de Estados Unidos, el 19,3%; el Japón, el 17,8%.

Por lo tanto, el gasto público nacional en aquellos años de inicio del mandato de De la Rúa, Argentina tenía uno de los gastos públicos más bajos del mundo, después de 10 años de menemismo que destruyó al Estado en todos sus órdenes. Durante su mandato, De la Rúa, eliminó programas y subsidios sociales, despidió empleados públicos, bajó jubilaciones y pensiones, descontinuó planes sociales, sin embargo, el gasto público no bajó, más bien, fue todo lo contrario. Para 2002 el gasto público consolidado (se suman los gastos de la Nación, provincias y municipios), rozó el 29% y todavía seguía siendo inferior al de muchos países desarrollados o en vías de desarrollo.

El gasto de la Administración (se excluye a las provincias y a los municipios) fue del 15% del PBI. Si no se incluían los pagos del servicio de la deuda pública, el gasto fue del 12,8% del PBI. Con el pago del “servicio”, el gasto alcanzó el 26,6%. Ese era el gasto público, con 54% de pobreza, 22% de desocupación, piquetes y cacerolas. ¿En qué se iba el gasto entonces? La mitad del mismo, en intereses y pagos de deuda externa e interna.

Con el pago del “servicio”, el gasto alcanzó el 26,6%. Ese era el gasto público, con 54% de pobreza, 22% de desocupación, piquetes y cacerolas. ¿En qué se iba el gasto entonces? La mitad del mismo, en intereses y pagos de deuda externa e interna

Para 2015, último año de mandato de Cristina Fernández de Kirchner, el gasto público consolidado llegó a 39,55%. En 12 años el gasto público había subido 10 puntos, pero en ese tiempo (según datos de la UCA) se había bajado en esos la pobreza casi un 30% (del 54% al 28,7%) y la desocupación al 6,6% (se bajó 16% del 22% de 2002 al 6,6% del 2015). Tengamos presente que el gasto público en 2015 fue en Francia de 57% de su PBI; en Italia, el 50,40%; en Noruega, 48,80%; en Alemania, 44%; Gran Bretaña, el 42,90%; en Uruguay, el 35,25%; en Brasil, 41,44%; en Chile, el 25,05%; en Estados Unidos, el 35,28%; en Japón, el 36,64%. ¿Por qué entonces el macrismo y los medios hegemónicos lo hicieron ver de otra manera y obviaron comunicar estos otros datos?

En 2017, el gasto del Estado nacional, las provincias y los municipios llega al 47%, 7 puntos más alto que en 2015. Convirtiéndose en el más alto desde 1980

En 2017, el gasto del Estado nacional, las provincias y los municipios llega al 47%, 7 puntos más alto que en 2015. Convirtiéndose en el más alto desde 1980. Pese a los despidos, los recortes de programas sociales, de rebajas en los subsidios a la energía y el transporte (por aumento de tarifas), eliminación de pensiones por discapacidad, pensiones por viudez, pese a poner un techo a las paritarias, ajustes en empresas públicas y reducir los programas de “bajo impacto social”, de reducir la Obra Pública a su menor expresión en décadas, de suspender la distribución de remedios gratis, de anteojos, de insumos médicos básicos, de abandonar el programa Conectar Igualdad, o el Plan Qunitas, el gasto público siguió creciendo. Y la culpa no son los sueldos de los estatales o las jubilaciones, Macri le puso techo a las paritarias y el aumento a los jubilados no cubre de ninguna manera lo que fue la inflación de 2016.

El cuestionamiento ortodoxo-fiscalista no es nuevo. Se lo usó para justificar por qué explotó la convertibilidad, en su momento “las Provincias no hicieron el ajuste”. En 2015, los farsantes como Boggiano, decían que para sostener el gasto público el Estado emite dinero, lo que genera inflación y dificulta el crecimiento del país. En el gobierno CEOcrático, el discurso de reducir el gasto público se volvió un latiguillo repetido, pero lo hacían en términos “gradualistas” para evitar estallidos sociales. Para eso, reescribían el argumento y diciendo que el problema no es el déficit, sino la forma de financiarlo.

El rojo fiscal no debía ser monetizado sino cubierto con crédito externo hasta alcanzar el equilibrio. Y así se pasaron todo el 2016, pero los números no le están cerrando, y los “halcones” ortodoxos se imponen frente a los que querían ese “gradualismo”. Hoy, los halcones en el gobierno, hablan de la “inconsistencia” de la política económica de Macri. De esa manera, somos testigos de cómo el pensamiento neoliberal más conservador y reaccionario “corre” a Macri por derecha, y le reprocha haberse quedado corto en aplicar una dosis desmedida del recetario ortodoxo.

Hoy, los halcones en el gobierno, hablan de la “inconsistencia” de la política económica de Macri. De esa manera, somos testigos de cómo el pensamiento neoliberal más conservador y reaccionario “corre” a Macri por derecha

La ideología del gobierno de Macri le sugerirá acelerar los recortes de subsidios y licuar los gastos con subas nominales de salarios públicos, jubilaciones y asignaciones por debajo de la inflación esperada. No les importa, nunca les importó y no debería cambiar eso ahora por más que sea un año electoral, que esa política tenga un impacto ruinoso en el consumo, principal componente de la demanda agregada.

Hablamos de “ficciones” y “farsas”, esas que usan los magos del neoliberalismo para demonizar al Estado. Con esos pases de magia discursivos que suelen dar, nos han dicho que “achicar el Estado es agrandar la nación” ocultando que endeudar al Estado, es agrandar las fortunas personales de las familias más ricas del país. Todo esto con la complicidad de entidades internacionales, que ayudan a “desfondar” las riquezas que generan los trabajadores.

Desde una mirada neoliberal, como la que tiene el gobierno de Macri, el Estado debe desentenderse de cualquier acción destinada a paliar las desigualdades sociales generadas por el mercado

Desde una mirada neoliberal, como la que tiene el gobierno de Macri, el Estado debe desentenderse de cualquier acción destinada a paliar las desigualdades sociales generadas por el mercado, e incluso las acentuadas a través de la legislación laboral y de políticas que fomentan el desempleo propio del capitalismo salvaje. Promocionando una activa desregulación de las actividades financieras, la apertura externa, la venta de activos públicos y el mantenimiento de una aguda trasferencia de recursos de los sectores más pobres a los más ricos.

En la década del ´30, Keynes decía “lo que nos hace falta ahora no es apretarnos la cintura, sino animar la expansión y la actividad, comprar cosas, crear cosas”. Y los medios para ello no deben venir de un ilusorio y condicionante financiamiento externo, sino de la propia lógica del crecimiento interno que permitió generar recursos financieros genuinos. La experiencia de la crisis de 2001 es una ventaja que no podemos desaprovechar porque conocemos el final de la película.

Debemos cuidarnos de no repetirlo, y aunque en 2015 se votó a Macri sabiendo lo que vendría, es necesario no volver en octubre a cometer ese error. Para que el miserable deseo de Miguel Boggiano, de ver 8.000.000 de desocupados, 185.000 fábricas cerradas y 39 muertos en las calles, no se haga realidad.

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