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¿Qué hay detrás de la famosa «grieta»?

La caída del 37,4% al 34,3% en la participación de los asalariados en el producto bruto interno entre 2015 y 2016, significó una apropiación por parte del capital de unos 16 mil millones de dólares. Todo lo demás, es casi anecdótico.

Escribe Claudio Siniscalco, especial para InfoBaires24.

El porcentaje de distribución de la renta entre capital y trabajo -una de las formas de medir el grado de igualdad de los países- siempre fue un tema de interés para el peronismo y un dato macroeconómico absolutamente ignorado no sólo por la derecha liberal, sino también por la mayor parte de nuestra dirigencia política y sindical. Alentado por Perón y reivindicado durante los gobiernos kirchneristas, el ya legendario “fifty-fifty” -50 y 50- parece una meta casi utópica en estos días.

Según datos del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA-CTA), en 2003 los trabajadores se quedaban con el 25,4% de la torta, participación que fue incrementada en 12 puntos hasta 2015, cuando Cristina Fernández dejó el poder con un 37,4% del ingreso en manos de los asalariados.

Vale decir que el gobierno de Macri, en sólo un año, le quitó al sector del trabajo el 25% de los recursos que a Néstor Kirchner y CFK les llevó 12 años transferirles. Según CIFRA, esa enorme transferencia de ingresos se explica por medidas como la devaluación, la quita o baja de retenciones a las exportaciones, el aumento de las tarifas de servicios públicos, la apertura comercial, la liberalización del movimiento de capitales y la suba de la tasa de interés, entre otras.

Pero, ¿qué sucede en otros países a los que muchas veces tomamos como ejemplos? En España, entre 1985 y 2011 la participación de los asalariados en la renta osciló entre el 52% y el 57%. Los datos de Alemania, Francia y Gran Bretaña son todavía mejores: entre 1960 y 2010, los asalariados alemanes se quedaron con porcentajes del ingreso que oscilaron entre 52% y 62%; los franceses, entre 53% y 68%; y los británicos, entre 58% y 68%. Todas cifras que hacen parecer como muy modesto a nuestro utópico “fifty-fifty”.

La grieta de la que se viene hablando desde hace unos años no es otra cosa que la expresión del conflicto central, inherente a toda sociedad, entre los intereses de distintos sectores o clases sociales.

El marxismo lo definió como lucha de clases, pero ese antagonismo es tan antiguo como las sociedades organizadas. Unos 400 años antes de Marx, Nicolás Maquiavelo señalaba que “en toda república hay dos espíritus contrapuestos: el del pueblo y el de los grandes -los que gobiernan al pueblo-, y todas las leyes que se hacen en pro de la libertad nacen de la desunión de ambos”.

La grieta es la expresión de la lucha de clases, de la disputa por la riqueza producida, del combate contra una desigualdad escandalosa.

Pero si ese conflicto de intereses entre distintos sectores, puja distributiva, lucha de clases, existe desde hace miles de años, ¿por qué se manifiesta, sale a la superficie y forma parte del debate político y periodístico sólo en algunos momentos históricos? ¿Por qué en la Argentina no se habló siempre de la grieta y sí se habla ahora?

Básicamente por dos motivos: porque el peronismo -con sus avances y retrocesos y cuando realmente representa a quienes debe representar- pone en cuestión, confronta, denuncia y enfrenta los abusos cometidos por los dueños del país, y le disputa el poder; y porque los medios de comunicación hegemónicos construyen -con datos reales o ficticios, ocultando algunas cosas y exagerando otras- la opinión que millones de personas tienen sobre la actualidad del país y sobre su vida misma, llegando al extremo de negar sus propios padecimientos.

Y ahora se suma un tercer elemento, de una importancia no menor. El gobierno que ejecuta la revancha tras doce años de kirchnerismo surgió de elecciones libres, lo que le otorga legitimidad de origen -salvando el detalle de la estafa electoral que perpetró para ganar-, aunque no de ejercicio.

Si la clase dominante gobernara a su antojo, sin ningún tipo de resistencia, y los excluidos aceptaran mansamente su destino, no habría ninguna grieta. Asimismo, si los medios hegemónicos no fueran parte de esa misma clase, crearían opinión pública en un sentido diferente, en una dirección más equilibrada. Por último, si Macri no hubiese llegado al poder a través de elecciones no tendría legitimidad ni de origen ni de ejercicio, lo cual le impediría argumentar que tiene derecho a empobrecer a la mitad de la población porque ganó las elecciones.

Aunque algunos quieran tapar el sol con las manos, la grieta es la expresión de la lucha de clases, de la disputa por la riqueza producida, del combate contra una desigualdad escandalosa. En definitiva, de la rebeldía contra la injusticia.

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