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Roberto Caballero: Detrás del veto de Macri

Roberto Caballero

La Argentina donde la proteína animal se consumía de a kilos va camino a desaparecer. La carne vacuna hoy, en todos sus cortes, se ofrece de a puñados en los supermercados céntricos de Corrientes. Sólo como ejemplo: la molida especial por 100 gramos se consigue a $ 12,49; la común, a $4,99. El gobernador oficialista de la provincia aduce que el incremento y la inédita modalidad de comercialización se debe, no tanto a la retracción del consumo por salarios devaluados frente a precios salvajemente desatados, sino a la meteorología: la culpa sería de las lluvias y las inundaciones.

Tarifas de gas, luz y agua que rondaban los $100 hoy se pagan 8 o diez veces más caras en todas las regiones del país. Consumos que arañaban los $200 ahora reciben boletas de $1600. En la Patagonia la situación es todavía más grave: a través de un mensaje en Radio Seis, una vecina de Bariloche dejó dicho que pasó de una factura de gas de $ 190 a otra de $ 2.280. Otro usuario envió una fotografía de su boleta con un aumento de $ 72 a $ 2.124. Lectores del portal Bariloche2000 señalaron que el bimestre pasado pagaron $ 340 y ahora se les exige $ 7800, un aumento del 2194%. Otro lector dijo que pasó de pagar $ 400 a $ 3.000. No se trata de discutir la veracidad del ministro de Energía, Gerardo Aranguren, cuando habla de “sinceramiento de tarifas”: las nuevas son, de verdad, las que el gobierno y las empresas prestadoras quieren, sinceramente. Hay otra verdad, claro, la de los usuarios: son efectivamente impagables.

La verdulería de la esquina de Malabia y Padilla, en Villa Crespo, ofrece tres pagos sin interés con tarjeta de crédito para hacerse de lechuga, mandarinas, papas, tomates, cebollas, pomelos y hasta perejil, sin exigir siquiera un monto mínimo de compra.

La carnicería de Monroe y Conde ofrece el mismo servicio con tarjeta desde que le cayeron las ventas. Eso sí: el beneficio del crédito son para compras no inferiores a los dos kilos.

Todos y cada uno de estos detalles, tomados de modo azaroso, dicen algo. En realidad, dicen mucho más sobre lo que está pasando que los análisis sesudos de los inventores de excusas que se pasean por los canales de TV tratando de explicar que la culpa de todo a tiene el gobierno anterior. La noticia es que se está desplomando el consumo de bienes y servicios por una combinación explosiva: devaluación seguida de recesión con inflación. El paisaje desolador que demuele la expectativa y el bolsillo ciudadanos no deriva de un capricho meteorológico, ni de una herencia irremontable. Nada de lo que sucede es producto de cuestiones inevitables u obligatorias. Son la consecuencia de las medidas de política económica que aplica el actual gobierno desde que asumió, bajo su exclusiva responsabilidad material e ideológica.

Hay en marcha un reformateo general de la estructura socioeconómica del país, que comenzó con la abolición de intervenciones y regulaciones estatales y prosigue con una selección ominosa de los que estarán incluidos en los supuestos beneficios que traería aparejada la liberación total del mercado y los que deberán disminuir hasta abandonar el acceso a bienes y servicios básicos, favoreciendo la acumulación en los deciles más ricos de la pirámide social.

No podía esperarse otra cosa de un gobierno de derecha, de impronta neoliberal, cuya composición funcionarial dejó casi sin gerentes y ceos a las principales empresas concentradas. La provisión de tecnócratas del mundo privado, que se traduce en una verdadera colonización del Estado, sin embargo, no fue hecha de manera quejosa, ni a regañadientes. Los dueños del poder y del dinero están alegres de servir a la causa macrista. Saben que se les presentó una posibilidad única. La de modificar, con el apoyo del voto popular, décadas de distribucionismo populista que cuestionaban su renta. Es una verdadera revolución de la alegría para ellos.

Cuando cinco centrales sindicales impulsaron la Ley Antidespidos, con el apoyo en principio de los bloques parlamentarios del FPV, lograron instalar el otro gran tema que atraviesa la preocupación ciudadana, que es ineludible para comprender por qué pasa lo que está pasando. La destrucción de puestos laborales la comenzó el Estado, la siguen los privados y el resto seguramente vendrá por caída de la demanda.

La desocupación de dos dígitos, así como los niveles de pobreza en aumento, son el requisito para bajar salarios. Lo que los empresarios llaman costo laboral. Producir con menos gente y con menos gasto, síntesis de la falsa competitividad con la que se llenan la boca.

El veto de Macri obedece a esa lógica empresarial. No está preocupado por las consecuencias negativas de su política, porque asume que esta es su política. No hay ningún suicidio, ni error, ni falla en la percepción. Está todo calculado. Con excesiva frialdad y absoluta determinación. Doce años y medio de medidas inclusivas generaron la idea de que todos pueden tener derechos todo el tiempo. El neoliberalismo viene a contradecir ese paradigma hasta destruirlo e instalar otro sentido común, donde habrá derechos para algunos y dejará de haberlos para otros. Y se planta desafiante en su obcecación por el retorno al darwinismo social y económico, tensionando con la concepción misma de la democracia discutida en todos estos años.

Esta es la verdadera revancha de la derecha que fracasó en los ’90 y ahora vuelve por lo suyo. Quieren cristalizar un país desigual, con bolsones de exclusión similares a otros países de la región, disciplinando por miedo a las mayorías populares y garantizando la sustentabilidad de su modelo por vía del manejo de la caja, el endeudamiento y la división del peronismo, al que no necesita salvo a sus facciones más dialoguistas cuando alguna ley lo reclame.

Se prepararon durante todos estos años para volver e ir por todo. Las fundaciones, los think tanks, las ongs no fueron decorativas en este proceso de restauración conservadora. Estudiaron, crearon opinión, se dedicaron a colonizar la subjetividad social, se entrenaron en los estudios de TV, aprovecharon la comunicación concentrada, asumieron que debían hacer política desde la capilaridad en la base y aceptaron que debían y podían intentarlo finalmente con el concurso de la legitimidad electoral. La evolución fue exitosa para sus planes. Alfonso Prat Gay no es Alvaro Alsogaray, aunque abreven en la misma escuela económica.

Aquello que les había fracasado con Domingo Cavallo, quien nunca dejó de ser un tecnócrata impermeable a la empatía básica con la ciudadanía, les salió con Mauricio Macri, dispuesto a hablar, explicar, comer torta fritas a la vera de la ruta, mostrarse flexible ante novedades del siglo XXI, aceptando el diseño marketinero, las verdades de los libros de autoayuda individual, aprovechando incluso su propia torpeza y su paso por Boca para mostrarse accesible a esos votantes que dan mayorías electorales. Un diseño engañoso, pero efectivo. Así lo consiguieron.

Y lo consiguen cada vez que dolarizan bienes y servicios, y lo vuelven a hacer toda vez que logran fugar divisas al exterior, y lo confirman cuando están en condiciones de lanzar un blanqueo de capitales que los aleje de la Ley Penal Tributaria, y cada día también que, desde el Estado que ahora manejan a sus anchas, desertan de la provisión de derechos esenciales para otros y privatizan sus prioridades en beneficio de sus propios grupos económicos.

Este es el país macrista, el de la carne de a gramos, el de las tarifas como garrotazo al bolsillo, el de la pérdida de salario real para preservar el empleo, el de la destrucción del trabajo argentino para disciplinar a la masa laboral que quede en pie, el del sálvese quien pueda, como pueda.

No va a durar para siempre. Se sabe. La pregunta es cuánto tiempo puede pasar hasta que el neoliberalismo vuelva a sus empresas y deje la administración del Estado, con las secuelas que ya se advierten. La respuesta es una: el tiempo que le lleve a los agredidos por sus políticas juntarse más allá de las divisiones sectoriales y la vanidad de sus propios dirigentes.

Depende de eso. Nada más y nada menos.

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