Desnaturalizar el horror
La semana que acaba de terminar puede leerse como una semana más de marchas y movilizaciones, pero podría interpretarse también, y fundamentalmente, como un momento histórico en el que gran parte de la población decidió de manera individual y colectiva dar comienzo a un proceso de “desnaturalización del horror” frente a las políticas del macrismo.
Por la Licenciada Alma Rodríguez, docente de la UBA, especialista en literatura infantil y juvenil, miembro del colectivo LIJ. Especial para InfoBaires24.
Los días pasados trajeron consigo hechos tan trascendentales para el transcurrir político, histórico y social, que aparecen concatenados no solamente entre sí, sino retrospectivamente, en relación con luchas anteriores frente a cuestiones que el macrismo no hace más que reflotar, para pretender naturalizar y hacernos pensar que lo normal es vivir como en los ’90 y no como en cuando “nos hicieron creer”.
En primer lugar a destacar, y por seguir un orden cronológico de los hechos, se encuentra la masiva marcha del día miércoles 22 en la que cientos de miles de docentes le “cayeron” a Macri en la plaza -sin detenernos en la cadena léxica /ideológica de la elección para nada ilusa y bastante cínica a escasas horas de la movilización del subjetivema “ tener que caer” en la educación pública con todas las implicancias que esto conlleva-.
Como si fuera poco, en el medio del debate y la lucha por los salarios, tres días antes Clarín había publicado la nota titulada: “Arrancaron juntos primer grado y uno lleva al otro dos cuadernos de ventajas”. Sin detenernos en el análisis de esta nota, sabemos que lo que separa a esos chicos no son los dos cuadernos de ventaja sino los mil y un estereotipos a los que los somete el gran diario argentino; sin profundizar, por supuesto, en el tratamiento de la identidad de cada uno de los actores involucrados y la clara intención de poner en el centro el debate entre escuela pública y privada en el cual el estado ya tomó partido antes de comenzar a debatir. Vayamos sumando.
El segundo hecho trascendental lo constituye la masiva marcha del 24 bajo los lemas “Son 30.000” y “El mismo plan económico, la misma lucha. Paremos la miseria planificada” como reivindicación frente al ninguneo de la memoria en el primer caso y como forma de reclamo ante las políticas iniciadas por Martínez de Hoz -y que, claramente, este gobierno decide retomar y continuar- así como un homenaje a Walsh en el 40 aniversario de la publicación de la Carta abierta a las Juntas en el segundo.
Como es sabido, junto con la desaparición de personas se correspondió el proyecto, también sistemático, de desaparición de símbolos, discursos, imágenes y, por supuesto, libros por medio de una compleja estructura de control y persecución cultural y educativa. El caso emblemático es el de la quema de libros del Centro Editor de América Latina -alrededor de un millón y medio de libros fueron quemados el 10 de mayo de 1980 en un baldío ubicado en la localidad de Sarandí- así como la prohibición de miles de ejemplares de todos los géneros y disciplinas posibles.
Sin embargo, hay UN caso en relación a la prohibición de libros durante la Dictadura que requiere una atención particular porque permite pensar de manera transversal la memoria y la inquebrantable lucha por sostener la educación pública llevadas a cabo esta semana. Se trata del libro «La torre de cubos» de Laura Devetach. La presencia de su “ilimitada fantasía” fue el argumento y la frase incluida dentro del documento de censura y uno de los considerandos de la medida que el 23 de mayo de 1979 prohibió la circulación de esta obra destinada a chicos: “Que del análisis de la obra La torre de cubos se desprenden graves falencias tales como simbología confusa, cuestionamientos ideológicos- sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos espirituales y trascendentes; que algunos de los cuentos (…)atentan directamente al hecho formativo que debe presidir todo intento de comunicación, centrando su temática en los aspectos sociales como crítica a la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio de autoridad enfrentando grupos sociales, raciales o económicos (…)”
Dentro este libro hay un cuento titulado “La planta de Bartolo”. La historia trata sobre un señor, Bartolo, que un día siembra un cuaderno, lo riega, lo pone al calor del sol y, cuando menos lo espera, brota una planta que comienza a dar cuadernos. El señor se pone muy contento porque esa sería una forma de que todos tuvieran acceso a ellos de igual manera. Pero, dice el cuento, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad cuando otro de los personajes, el vendedor de cuadernos, se entera, se enoja muchísimo y lo único que quiere es comprarle la planta a Bartolo a cambio de todo el oro del mundo. Por supuesto, Bartolo no acepta.
El cuento no termina ahí: el vendedor de cuadernos se va furioso y, al rato, vuelve con soldaditos azules de la policía para apropiarse por la fuerza de la planta. Quienes finalmente logran impedirlo son los chicos que vienen juntos y de a muchos a espantarlo. Está claro que el vendedor de cuadernos que aparece en el cuento de Devetach nos recuerda mucho al mismísimo estado macrista queriendo comprar la gratuidad de la educación y, en todo caso, recurriendo a sus soldaditos azules para que, a fuerza de no llamar a paritarias y de poner un techo al reclamo salarial, logren arrancar, por fin, la planta de cuadernos a Bartolo.
Las marchas del 22 y del 24 -así como la sucesión de movilizaciones masivas que vienen ocurriendo de unas semanas a esta parte- parecen conformar parte de un proceso de concientización, organización y participación que pone de manifiesto que ese tiempo en que “nos hacían creer” no fue ilusorio, que ahora se traduce en lucha, que no queremos naturalizar las desapariciones, las apropiaciones ni el recorte a la educación. Y que no queremos más cuentos, porque después de doce años de kirchnerismo ya crecimos, nos empoderamos y sabemos cómo desnaturalizar el horror.
