De Singapur a Beijing, pasando por Moscú
Tras reunirse con Kim, Trump agudizó el conflicto comercial con China, antes de presentar a Norcorea 47 exigencias y luego buscar encontrarse con Putin.
Por Eduardo J. Vior
Después de la cumbre de Singapur entre los presidentes de EE.UU. y Corea del Norte la mayoría de los medios norteamericanos criticaron al presidente Donald Trump por sus concesiones a Kim Yong Um sin haber obtenido contrapartidas palpables. Es que el mandatario estadounidense sabía que dos días después haría estallar el conflicto comercial con China que, a su vez, distraería del entredicho en la península coreana. Recién entonces comunicó a Pyongyang la lista de reclamos que aquél debe satisfacer, para que se levanten las sanciones económicas. Para mantener ambos bajo control, ahora pide a su amigo Vladimir Putin que interceda, claro que a cambio de nuevas concesiones. El presidente norteamericano busca con China y Rusia una negociación global del equilibrio de poder, pero la sobreacumulación de conflictos puede producir un cóctel explosivo.
Primero el Washington Post y el propio presidente Donald Trump el pasado viernes 15, luego el domingo 17 el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, esbozaron la posibilidad de que el norteamericano se reúna en julio con su colega ruso. La semana pasada la Casa Blanca informó que Austria habría propuesto acoger la reunión, aunque todavía no lo podía confirmar. Según el periódico estadounidense, ya en marzo pasado se supo que en un diálogo telefónico entre ambos mandatarios Trump había invitado a Putin reunirse. El medio relata asimismo que desde noviembre pasado, cuando los mandatarios se encontraron en Vietnam, Trump venía insistiendo ante sus asesores, para que invitaran al ruso a Washington, pero que aquellos desacataron la orden presidencial, porque no estaban de acuerdo con la oportunidad del encuentro.
La publicitación de la posible cumbre sobrevino después de tres días de intensas críticas de los medios estadounidenses por los magros resultados que el presidente habría obtenido en su reunión con el norcoreano Kim Yong Um en Singapur el martes 12 y luego de que las sanciones norteamericanas contra las importaciones chinas desataran entre jueves y viernes una andanada de represalias de Beijing que agudizó sensiblemente el conflicto comercial entre ambos países. Es imposible no relacionar los tres acontecimientos.
Los medios norteamericanos –especialmente los liberales- han cuestionado que Trump sólo recibió de Kim la promesa de desmontar su programa de armamento nuclear, sin haber acordado inspecciones internacionales. A cambio, el estadounidense le dio garantías de seguridad y suspendió unilateralmente las maniobras militares anuales conjuntas con Corea del Sur. De hecho, gracias a la cumbre Kim ha logrado que su país deje de ser un paria de la política mundial.
Continuarán las sanciones internacionales, subrayó el mandatario estadounidense, mientras los norcoreanos tengan la bomba atómica, pero la distensión entre ambos depende en gran medida de China que va a intervenir en la negociación entre Norcorea y EE.UU. según evolucione su controversia comercial con el segundo. Beijing cumplió un papel fundamental como facilitador del encuentro de Singapur, pero, si se ve atacado por Washington, va a resistir y a dejar de mediar en la península.
Al mismo tiempo, la cumbre entre Trump y Kim marginó a Japón. Shinzo Abe había viajado a Washington poco antes de la reunión, para lograr, al menos, que Pyongyang se comprometiera a negociar sobre los japoneses sucesivamente secuestrados por Norcorea desde los años 70, por supuesto sin estar dispuesto a disculparse por los crímenes japoneses durante la ocupación de Corea (1910-45).
Para recuperar un rol activo, el domingo 17 el ministro de Asuntos Exteriores de Japón, Taro Kono, informó al canal de televisión NHK que Estados Unidos había presentado a Corea del Norte 47 demandas para lograr la desnuclearización “verificable e irreversible” de la península. La lista de exigencias la habría presentado el secretario de Estado Mike Pompeo durante su reciente visita a Pyonyang. Probablemente, la presentación de los 47 puntos fue una consecuencia de las críticas que recibió el presidente en la prensa norteamericana y el hecho de que fuera el canciller nipón quien revelara su existencia haya sido una concesión de la diplomacia norteamericana, para no alienar completamente a Tokio.
Entre tanto, el pasado viernes 15 Donald Trump anunció la imposición de aranceles al 25% de las importaciones chinas por valor de 50.000 millones de dólares. Los sectores más afectados serán el acero y el aluminio. China respondió inmediatamente con represalias arancelarias por valor de 50.000 millones de dólares sobre commoidties norteamericanas. Estas imposiciones se harán sobre 659 productos, como la soja, que es el bien más perjudicado, ya que China es el principal comprador de esta semilla a Estados Unidos, por un valor de 12.000 millones de dólares. Con esta nueva escalada se quiebra el principio de acuerdo alcanzado en mayo pasado por las autoridades comerciales de ambos países.
Una explicación plausible para este ataque norteamericano es que tenga motivaciones electorales. En noviembre se renuevan la mitad del Congreso, numerosos gobiernos y legislaturas estaduales. Con un gesto de fuerza la Casa Blanca muestra potencia ante sus electores. Sin embargo, Beijing lo sabe y golpea precisamente sobre los productos de exportación elaborados en regiones adictas al presidente. En realidad, más que los bienes transables, a Trump le interesa bloquear el traspaso de tecnología a China, para frenar su avance hacia el primer puesto mundial, pero ésta no va a ceder fácilmente.
Así planteado, el conflicto comercial puede prolongarse y China tiene espalda para aguantar. El presidente norteamericano lo sabe. Por ello acude ahora a Putin, quizás con la oferta de reducir las sanciones económicas que afectan a Rusia y con amplias concesiones en Oriente Medio, a cambio de que el ruso medie ante China, para vehiculizar una negociación comercial bilateral que supere el actual conflicto y persuada a Kim de seguir cediendo, aun si el mediador chino se retira. El camino de Beijing pasa por Singapur y Moscú.