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Un crimen histórico en camino a la Triple Alianza

 11 de abril de 1831: Masacre de los Charrúas en Salsipuedes (Nota I) Escribe Alejandro C. Tarruella 

Alejandro C. Tarruella

Colorados y estancieros

   Una vez que Artigas quedó fuera de juego, derrotado y afincado en el Paraguay, los indígenas –en su mayoría charrúas- que eran parte del ejército de las Provincias Unidas del Río de La Plata, fueron estigmatizados por los estancieros uruguayos, los brasileños que operaban en ese territorio, y se los acusaba de poner en cuestión a la estabilidad social y económica de la campaña. Así, los protagonistas indiscutidos de los ejércitos orientales que condujo José Gervasio de Artigas, comenzaron a ser perseguidos pasado el 1820 y asesinados en una masacre cuya fecha es el 11 de abril de la revolución, fueron perseguidos y exterminados en ese sombrío día del mes de abril.

    El escritor oriental Tomas de Mattos, autor de una novela notable, “Bernabé… Bernabé”, recordó el inició de la masacre. “Mirá Frutos, tus soldados matando amigos”, se escuchó que le gritaba el cacique Vaimaca Perú a Fructuoso Rivera (primer presidente uruguayo), mientras sus hombres masacraban a traición a los charrúas en Salsipuedes.  La matanza que sucedió el 11 de abril de 1831, primera presidencia de Rivera, inició el exterminio de los charrúas que el liberalismo emergente de la caída de Rosas y la guerra de la Triple Alianza, iba a callar para la historia.  Fructuoso Rivera había tomado la decisión luego de ser presionado por los hacendados. Su sobrino, Bernabé Rivera, hasta entonces amigo de los charrúas, persona en la que tenían confianza y que los condujo a la emboscada, era coronel del ejército. Rivera y otros militares lograron que los indios aceptaran reunirse con las tropas del presidente colorado.  Un relato de Acevedo Díaz, basado en apuntes de batalla inéditos de su abuelo, Antonio Díaz, dio una de las versiones diferentes de lo sucedido en Salsipuedes.

Así comenzó la masacre

 “…pero, el presidente Rivera llamaba en voz alta de “amigo” a [el cacique charrúa] Venado y reía con él marchando un poco lejos; y el coronel [Bernabé Rivera], que nunca les había mentido, brindaba a Polidoro con un chifle de aguardiente en prueba de cordial compañerismo.

“En presencia de tales agasajos, la hueste avanzó hasta el lugar señalado, y a un ademán del cacique todos los mocetones echaron pie a tierra.

“Apenas el general Rivera, cuya astucia se igualaba a su serenidad y flema, hubo observado el movimiento, dirigióse a Venado, diciéndole con calma: “Empréstame tu cuchillo para picar tabaco”. El cacique desnudó el que llevaba a la cintura y se lo dio en silencio. Al cogerlo, Rivera sacó una pistola e hizo fuego sobre Venado. Era la señal de la matanza.

“El cacique, que advirtió con tiempo la acción, tendióse sobre el cuello de su caballo dando un grito. La bala se perdió en el espacio. Venado partió a escape hacia los suyos.

“Entonces la horda se arremolinó y cada charrúa corrió a tomar un caballo. Pocos sin embargo lo consiguieron, en medio del espantoso tumulto que se produjo instantáneamente. El escuadrón desarmado de [el cacique] Luna, se lanzó veloz sobre las lanzas y algunas tercerolas de los indios, apoderándose de su mayor parte y arrojando al suelo bajo el tropel varios hombres.

“El segundo regimiento buscó su alineación a retaguardia en batalla con el coronel Rivera (Bernabé) a su frente; y los demás escuadrones, formando una grande herradura, estrecharon el círculo y picaron espuelas al grito de “carguen”.

“Bajo aquella avalancha de aceros y aún de balas, la horda se revolvió desesperada, cayendo uno tras otro sus mocetones más escogidos.

“El archi cacique Venado, herido por muchas lanzas, fue derribado en el centro de la feroz refriega. Polidoro sufrió la misma suerte. Otros quedaron boca abajo, con el rejón clavado en los pulmones. En algunos cuellos bronceados y macizos se ensañó el filo de las dagas, pues no había sido en vano el toque sin cuartel; y al golpe repetido de los sables sobre el duro cráneo indígena, puede decirse que voló envuelta en sangre la pluma de ñandú, símbolo de la libertad salvaje.

“No fueron pocos los que se defendieron, arrebatando las armas a las propias manos de sus victimarios.

“El teniente Máximo Obes y ocho o diez soldados pagaron con sus vidas en ese sitio la inhumana resolución del general Rivera.

“El cacique [Vaimaca] Pirú al romper herido el círculo de hierros, le gritó al pasar: “Mirá Frutos tus soldados, matando amigos”.

El crimen legal

   Cuatro días después de la cacería sanguinaria, el 15 de abril de 1831, el presidente Rivera firmó la orden de exterminio de los charrúas.  Exigía que los indios que huyeron fueran perseguidos por las fuerzas del Ejército, las que “prosiguen en su alcance hasta su exterminio”, y ordena sin eufemismos la “persecución de este puñado de bandidos hasta su total exterminio”.

   En los hechos intervinieron criminales brasileños y el general Juan Galo Lavalle, que mataba a sable y lanza, con fuerzas que venían de la guerra con el Brasil que cerró su triunfo en Ituzaingó. El armado de colorados uruguayos, brasileños del imperio y unitarios de Buenos Aires, eran sin duda, un presagio del acuerdo político que alcanzó años después la Triple Alianza; eran los mismos señalando el camino del exterminio que la historia de la región vería imponer una y otra vez. Recién durante la Guerra Grande, en el gobierno del Cerrito de Manuel Oribe, que luchaba contra las flotas francesa e inglesa, el periódico “El Defensor de la Independencia Americana” publicó una “Refutación de la Nueva Troya” (refiere a “Montevideo, la nueva Troya”, de Alejandro Dumas, escrito por el relato del escritor uruguayo Melchor Pacheco y Obez, en favor de los colorados), contra el libelo que hacía la apología de la intervención imperial en el Río de la Plata.  Se firmaba con el seudónimo “Demófilo”, y hacía una de las primeras denuncias sobre la masacre de los charrúas. En la historia de Lavalle se pasa por alto su actuación como terrorista de Estado, responsable del exterminio charrúa. Quizás hoy, con estos aportes, pueda iniciarse un tiempo donde la historia dejé ver su verdadero rostro. Los tiempos del país y la región, donde los recientes exterminios están vivos y más de un gobierno trata de negarlos, precisan de las revelaciones que permitan hacer el camino hacia una resurrección de los movimientos nacionales y populares.

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