Sociedad

Conversando con Bioy Casares: Una Invitación al Viaje

«El mar, como un espejo, con sus volados blancos de espuma,
me besaba los pies. Yo he nacido en América y me gustan los mares.»

(Del cuento «La Red», de Silvina Ocampo).

«Y la nave va» (como diría Fellini). Eso: navegar. Emprender un viaje hacia lo descocido, hacia el interior del ser, es la odisea a la que uno presiente que se entregará al ir al encuentro de Adolfo Bioy Casares. Mientras atravesábamos los jardines de La Recoleta, con Hernán Isnardi, dejando atrás el legendario edificio circular del «Palais de Glace» (ah, Cadícamo, D’Agostino y Angelito Vargas!), el corazón ya comenzaba a ejercer su taquicardia y el delirio de la inminente travesía se apoderaba de nosotros. Es que estábamos a dos pasos del piso de la calle Posadas en el que se alberga ese espíritu puro, ese insólito demiurgo llamado Bioy Casares. Ya penetramos en el ámbito del escritor. Atravesamos salas inmensas que poseen el misterio del tiempo detenido. Y, de pronto, nos asalta una extraña amalgama de zozobra, de fervor y de emoción que —por un instante— nos alucina, hasta que nuestro interminable desplazamiento por los salones nos conduce al ansiado encuentro con el maestro. Sentado, junto al escritorio, descubrimos a un hombrecillo delgado, frágil, de mirada dulce, que nos está esperando. Tras el saludo, de inmediato, él logra desvanecer la incertidumbre que nos atenaceaba. Su cordialidad, su calidez, su tenue voz y sus modales tan sencillos, nos despojan del estado de tensión en que nos hallábamos. A los pocos segundos de haber comenzado a conversar con él, nos da la impresión de conocernos hace muchos años. Se establece entre los tres una corriente fraterna, un maravilloso lazo de amistad. ¡Es el encuentro de espíritus afines! ¡Y ahí reside el poder de aniquilar el tiempo!

Con Adolfo Bioy Casares —caminante de los rincones más bellos de Buenos Aires, de sus barrios, sus plazas y parques y navegante de mares y continentes— nos entregamos a un viaje iniciático, sin lugar a dudas, gracias a la profundidad de su pensamiento y a la proyección de su riqueza espiritual.

 

Conversando Con Bioy Casares:

T.B.- En un capítulo del Libro «Gog», Giovanni Papini llegó a sugerir que resultaría más fácil, más accesible y más exacto escribir la historia comenzando por el presente y así llegar hasta el principio de la misma. Intentemos seguir ese procedimiento al recorrer su trayectoria literaria, Bioy Casares. Una de la obras más recientes es de carácter epistolar y la ha titulado «En Viaje». ¿Qué lo motivó para escribir esas páginas, y qué significa viajar para usted?

Bioy Casares.- Esas páginas las escribí porque tengo la costumbre de escribir todos los días. No quiero interrumpir esa costumbre, y en este caso se trata de una literatura epistolar que le iba contando a otras personas. Ahora estoy bastante solo en el mundo porque no tengo ni mi hija ni mi mujer, entonces escribo diarios de viaje. Tengo seguramente una superstición de escritor. Creo que un día que no se escribe es un día perdido. Comprendo que es absurdo; que la gente estará encantada en que yo pierda muchísimos días, pero tengo esa sensación y por eso escribo siempre.

T.B.- Hablando de viaje, ¿qué opina del «viaje interior» que más de un ser humano suele emprender?

Bioy Casares.- La aspiración es que el viaje exterior sea un viaje interior y se enriquezca con las reflexiones o con lo que valga de esa persona que está escribiéndolo.

T.B.- ¿Vivir… es una aventura excitante que culmina en un inaceptable fracaso —según piensan aquéllos que temen el final de la travesía porque allí nos acecha la muerte— o es un don misterioso que la naturaleza o (para la mayoría) Dios nos ha otorgado?

Bioy Casares.- Son las dos cosas. La experiencia me ha enseñado que mientras el hombre vive es feliz, y la vida me exalta. Yo me despierto y veo la luz del día, y es un milagro que de nuevo tengamos un nuevo día para vivir. A parte de eso me parece que la vida es muy dura y no me gusta nada la idea de la muerte. Tengo bastante miedo y me gustaría vivir muchos años. Estaría dispuesto a firmar un contrato para vivir quinientos años y lo firmaría enseguida.

T.B.- Entre la infinitud de temas que ha abordado en sus obras —Bioy Casares— refulgen la MUERTE y el TIEMPO. Y estoy pensando, especialmente, en tres creaciones suyas que fueron llevadas al cine: «EL PERJURIO DE LA NIEVE» —con el título de «EL CRIMEN DE ORIBE»-…

Bioy Casares.- Mucho mejor título.

T.B.- El suyo es más poético.

Bioy Casares.- No. El mío es más pretencioso.

T.B.- La palabra nieve y perjurio dan un sentido poético muy grande. Por lo menos así lo siento.

Bioy Casares.- Bueno, estoy muy agradecido.

T.B.- Esa fue la primera película que dirigió Torre Nilsson, y lo hizo en colaboración con su padre, Torre Ríos. Me pareció una versión acertada. En ella actuaban Carlos Thomson, Roberto Escalada, María Concepción César y el actor Raúl de Lange. Recuerdo ese filme y «LA INVENCIÓN DE MOREL» —una sugestiva adaptación de un realizador italiano—.

Bioy Casares.- A mí me pareció visualmente riquísima pero un poco tediosa. Un señor Lamelas va a hacer una nueva versión con Karen Black, en Portugal. Los productores son belgas. Yo me voy el 12 de mayo (1997) para tener una conversación con David Lamelas, en Rotterdam.

T.B.- Así que reaparecerá Karen Black, una actriz que me gusta mucho y estaba un tanto olvidada.

Bioy Casares.- A mí también me gusta mucho. Además ella ha hecho otro trabajo en esta película. Tradujo la novela al inglés para el guión. Y tiene un buen final. Porque la versión anterior tiene un final catastrófico, sin acción. Y no puede existir un final cinematográfico así, sino que tiene que ser con vida. Los personajes se convierten en seres vivos.

T.B.- La tercera película a la que me refería era «EL SUEÑO DE LOS HEROES» —hablando de los temas de la MUERTE y el TIEMPO—. Esta novela suya inspiró a Sergio Renán para dirigir su película con el mismo título. Entonces me gustaría que se explayara un poco más sobre el significado que tiene para usted la muerte.

Bioy Casares.- La muerte… realmente no me gusta nada. Como le dije estaría dispuesto a postergar la mía a costa de cualquier peripecia que tenga que pasar en esta vida. Ahora, como efecto literario o en una película, puede ser eficaz.

T.B.- Le resulta difícil asumir la idea de la muerte.

Bioy Casares.- Me parece raro. Estoy tan ocupado con las cosas de la vida, que pensar que haya un momento que todo cese… En fin, estoy interesado en el futuro, y al mismo tiempo digo: «a mi edad el futuro es muy peligroso; puede estar esperándome para darme un mazazo”

T.B.- Claro que están también los que adoptan la posición de que la muerte —al fin y al cabo— forma parte de la vida; es un accidente más de nuestra existencia, como puede ser el sueño. Pero —eso sí— uno teniendo conciencia de lo que es la vida no puede aceptar fácilmente la muerte.

Bioy Casares.- Por supuesto.

T.B.- ¿Y el TIEMPO? ¿Existe realmente el tiempo?

Bioy Casares.- ¿Será la cuarta dimensión, o no lo será?

T.B.- A mí me preocupa mucho el tema del tiempo.

Bioy Casares.- ¡A mí también!

T.B.- Y no sé hasta donde no hemos sido nosotros los que inventamos la idea del tiempo desde el punto de vista metafísico. Lo sentimos como si fuera una suerte de referencia que necesitamos, pero que en realidad no existe. Lo que existe es la ETERNIDAD. Y todo es un PRESENTE CONTINUO.

Bioy Casares.- Claro. Es como si fuéramos en un tren. Primero tenemos llovizna, después tenemos una lluvia muy fuerte, y después nos caen piedras… Es una continuidad.

T.B.- ¿Cuáles son, para usted, los límites entre la REALIDAD y la APARIENCIA?

Bioy Casares.- ¡Caramba, que preguntas tan rígidas me hace!

T.B.- Si es que hay algún límite entre ambas.

Bioy Casares.- ¿La apariencia será muy distinta a la realidad, o será otra forma de la realidad?

T.B.- Al referirse a su novela «LA INVENCIÓN DE MOREL»… Octavio Paz dijo que «el tema no era cósmico sino metafísico» ¿qué opina usted de esto?

Bioy Casares.- A Octavio lo conozco de toda la vida, y no sé muy bien que ha querido decir con esto.

T.B.- La SOLEDAD y el DESENCUENTRO entre los seres humanos son dos constantes de sus novelas y de sus cuentos. ¿Por qué tenemos que vivir abrumados por esos dos factores de desdicha?

Bioy Casares.- Yo, entre mis libros, prefiero «DORMIR AL SOL», porque de algún modo siento que eso me representa de un modo más auténtico, porque «LA INVENCIÓN DE MOREL» y «EL SUEÑO DE LOS HEROES» son bastante trágicos, y yo si bien tengo una mente pesimista… tengo un temperamento más bien optimista y despreocupado. Esos libros, me parece, que corresponden más a la obra mía.

T.B.- ¿Qué le impulsó a escribir esa novela cruel, en la que narra hechos muy factibles, titulada «DIARIO DE LA GUERRA DEL CERDO» (que también fue adaptada al cine)?

Bioy Casares.- Lo que le puedo decir es que un día se me ocurrió escribir una novela que se pareciera un poco a las películas cómicas que se veían antes en los cines, precediendo a la función verdadera. Iba a tener a jóvenes atléticos persiguiendo a viejos gordos y pesados. Iba a ser más bien cómico. Pensando en la historia llegué a la conclusión de que podría ser también una reflexión sobre la vida, y algo más digno que ese film cómico que yo pensaba hacer; entonces salió este libro que creo tiene la ventaja de ser una novela —una verdadera novela, a diferencia de otras novelas mías que son cuentos largos—. Y veo, ahora, con cierto desagrado, que está hecho… Es un libro…

T.B.- ¡Terrible! Pero al mismo tiempo hay una vibración humana muy profunda en ese libro, como contraste de toda esa crueldad manifestada por los personajes jóvenes de la obra. Y ahora pasemos a una pregunta de respuesta ardua —o quizá no tanto—: ¿Dios existe o es un ente de razón surgido de la imaginación del hombre?

Bioy Casares.- Para mí es un ente de razón. Me parece un monosílabo que ha tenido un éxito extraordinario.

T.B.- Este es un toque de humor notable. En fin, digamos que el tema de Dios es una preocupación más.

Bioy Casares.- Así es.

T.B.- ¿Qué es peor: la estupidez o la maldad?

Bioy Casares.- Sin mucha convicción defenderé la estupidez. La maldad me parece realmente horrible, y me parece también una forma de estupidez. Pienso que el malo se engaña a sí mismo.

T.B.- El estúpido es más inocente.

Bioy Casares.- Claro, Es más inocente.

T.B.- Las consecuencias de sus actos pueden ser, a veces, tan trágicas como las de los actos cometidos por el malo.

Bioy Casares.- Y cuando se dan ambas —la estupidez y la maldad— en un mismo ser, las consecuencias serán espantosas.

T.B.- Hay quienes consideraron a su obra literaria como fantástica; otros metafísica. No faltan los que sostienen que entra en lo sobrenatural. Están los que aseguran que es surrealista, y también aquellos que no vacilan en afirmar que, en muchas de sus páginas, destellos románticos. ¿De qué carácter la considera usted?

Bioy Casares.- Yo creo que lo que entendemos nosotros por literatura fantástica corresponde a lo que es mi obra, o si no a algo que no me gusta nada, que es la ciencia-ficción. Cuando leo libros de ciencia-ficción generalmente me parecen malos o no me interesan. Y tengo la melancólica convicción de que se me ocurren historias de ciencia-ficción con bastante frecuencia.

T.B.- Jamás se me ocurrió, leyendo su obra, pensar en que era de ciencia-ficción, a pesar de que haya quienes pudieran asociarlo a ella. Entre su múltiple temática —Bioy Casares— surgen, felizmente con frecuencia, el AMOR y la AMISTAD. ¡Háblenos de esas dos vibraciones humanas!

Bioy Casares.- Sí. Creo que uno de los caracteres mejores que tenemos los argentinos es una propensión a la amistad. Me parece que es lo que puede ayudarnos a lo largo de la vida. Sin duda tener amigos como referencia, que uno pueda pensar que están ahí siempre, es muy importante. Y en cuanto al amor, es una especie de locura agradable que le toca a uno, donde uno puede tomar cualquier decisión de la que después se arrepentirá toda la vida —o no—, pero cuando se está en ese globo ficticio que lo rodea al amor… uno puede ser feliz tomando cualquier decisión —como le digo—. Después puede tener consecuencias catastróficas para la vida.

T.B.- Pero tal vez uno de los factores importantes del amor es que se vive eso con plenitud.

Bioy Casares.- Desde luego. Eso compensa todo. Además, convengamos que la vida si pasara sin amor nos parecería una vida perdida, terrible. No hay la menor duda.

T.B.- Es vivir poco y nada.

Bioy Casares.- Poco y nada. Claro.

T.B.- Usted ha escrito con Silvina Ocampo la novela «LOS QUE AMAN, ODIAN», y con Jorge Luis Borges más de una obra —con distintos seudónimos, entre ellos el de H. BUSTOS DOMECQ. ¿Cómo fueron esas experiencias?

Bioy Casares.- Fue muy agradable, desde luego, escribir juntos. Con Borges todo empezó así: Mis tíos, Casares, que tenían «La Martona» que era una lechería muy importante de acá, me encargaron —un poco como para estimularme en la literatura, aunque parezca un tanto absurdo— un folleto sobre las virtudes de la leche cuajada y el yogurt. Pagaban $ 16.- la página, que era bastante dinero. Yo sabía que Borges estaba pasando momentos de estrechez económica y le propuse que hiciéramos eso juntos. Nos fuimos a la estancia de los Bioy, que tenían en el partido de Las Flores. La casa estaba casi destruida. Hacía muchos años que habíamos arrendado el campo, y era una casa muy vieja, de 1837. El único cuarto que estaba más o menos bien era el comedor, con una chimenea. Hacía un frío tremendo. Entonces tomábamos cocoa muy espesa, y escribíamos el folleto sobre el yogurt. Aburridos por el tema, pensábamos qué bueno sería escribir, un día, cuentos. Entregados a eso, pasaron años, y un día —en casa de mis padres en la Av. Quintana 174— estaba Borges y le dije: «¡Caramba, por qué no cumplimos el deseo que teníamos entonces y escribimos algún cuento!». Nos pusimos a escribir cuentos y nos pasó… como le puedo decir…, recibimos la lección, porque Borges y yo —cada uno por su lado— estábamos convencidos de que uno escribía lo que quería. Llamábamos eso: literatura deliberada. Y nos pusimos a escribir cuentos, y no escribimos lo que queríamos sino que nos dejamos llevar por las bromas, nos perdíamos el relato, uno le preguntaba al otro: «¿cómo salimos ahora de esta situación, que hacemos con este personaje?». Y pasamos de escribir cuentos relativamente legibles, como los de «SEIS PROBLEMAS PARA DON ISIDRO PARODI», a cuentos casi ilegibles. Después dejamos por un tiempo eso, y —conteniéndonos, con un gran esfuerzo— escribimos «CRONICAS DE BUSTOS DOMECQ», que creo es el libro más logrado de los que hemos escrito entre los dos.

T.B.- ¿Y con Silvina?

Bioy Casares.- Con Silvina, nuestra costumbre era quedarnos en Mar del Plata después de la estación de verano. Nos quedábamos hasta mayo, algo así. Hacía mucho frío. Había muchos días de tormenta, entonces nos quedábamos en la casa mucho tiempo, y se nos ocurrió que podíamos escribir esta historia que no sé (si ella o yo) quién la inventó. Fue casi una cosa milagrosa, entre los dos; la escribimos con muchísimo placer, en muy poco tiempo. Y me arrepiento siempre de no haber insistido para hacer de nuevo otros libros con ella.

T.B.- Además de usted, entre los escritores argentinos más relevantes incluyo a Borges, Mallea, Arlt, Cortazar, Macedonio Fernández, Marechal y Juan Filloy. Si no es mucho pedirle ¿podría decir dos palabras sobre cada uno de ellos?

Bioy Casares.- Sobre Cortázar le voy a contar que estando él en Francia y yo en Buenos Aires escribimos un cuento idéntico. Empezaba la acción en el vapor de la Carrera —como se llamaba entonces— que salía de Buenos Aires a las 10 de la noche y llegaba a la mañana siguiente a Montevideo. El protagonista iba al hotel Cervantes, que casi nadie conoce. Y así, paso a paso, todo era similar, lo que nos alegró a los dos. Realmente nos queríamos mucho con Cortázar. Hemos sido muy muy amigos, habiéndonos visto cinco o seis veces en la vida.

T.B.- Con él no era muy difícil hacer buenas migas, por su forma de ser, cuando él encontraba un espíritu sensible y afín.

Bioy Casares.- Sí. No era difícil cuando encontraba un espíritu afín, pero le puedo decir que era bastante bravo; mucho más que yo.

T.B.- Y ahora… algo sobre Borges.

Bioy Casares.- Con Borges hemos sido tan amigos que me cuesta hablar de él sin que interfiera ese sentimiento, pero puede estar seguro que lo considero un escritor maravilloso. Además, creo que escribió cada vez mejor. Sus poemas de juventud, que tienen tanto éxito, nunca me gustaron y se lo decía a él; y le digo que estaba de acuerdo conmigo.

T.B.- En su último período de escritor su literatura era prácticamente conversacional, de gran fluidez. (Hernán Isnardi —quién nos acompaña en este encuentro— acota que Borges decía que «LA INVENCION DE MOREL» era una novela perfecta, y que fue escrita cuando Bioy Casares tenía sólo 26 años).

Bioy Casares.- Sí, él dijo: «la trama es perfecta, pero el estilo no lo es»

T.B.- Me emociona y admiro esa sinceridad, esa espontaneidad, en usted.

Bioy Casares.- No me cuesta nada, es natural.

T.B.- En un creador de su jerarquía, de su renombre internacional, esa modestia, esa humildad, revela una profunda pureza.

Bioy Casares.- Muchas gracias. Hablando de Borges debo decir que era bastante pícaro también. Cuando yo estaba escribiendo «LA INVENCIÓN DE MOREL», un día, estábamos charlando muy despreocupadamente, y le di el libro para viera el primer capítulo. Vi en la cara de Borges un rictus de disgusto que trató de ocultar, y se puso a leer. Desde ese día, nunca más le di nada para leer, ni él me dio nada suyo. Ahora, de libros que íbamos a escribir, sí, nos contábamos siempre el argumento porque es grato. Que le cuenten a uno una historia es muy lindo. Entonces si se me ocurría algo a mí: «mirá, ¿qué te parece, puedo escribir algo sobre esto?» y se lo contaba a él; y él conmigo hacía lo mismo.

T.B.- Siguiendo el itinerario de los nombres que enuncié, pasemos a Roberto Arlt.

Bioy Casares.- Me gusta mucho. Lo descubrí hace bastante tiempo. Fue un motivo de desacuerdo un poco con Borges, aunque «EL JUGUETE RABIOSO» le gustaba a él mucho. Tengo recuerdos de leerlo en el bosque de Palermo. Me gustó mucho, siempre.

T.B.- ¿Y Leopoldo Marechal?

Bioy Casares.- Confieso que me gusta menos. Su obra me parece un poco empacada

.T.B.- Vayamos ahora a Macedonio Fernández y a Juan Filloy.

Bioy Casares.- Macedonio Fernández me parece ilegible. Creo que debía ser un sabio oral, pero que no ha dejado casi nada que se pueda leer.

T.B.- Un tanto inaccesible quizá.

Bioy Casares.- Inaccesible. Y Filloy me parece una persona sumamente inteligente, pero que sus textos son un poco engorrosos. Ya le digo: estoy más seguro de la inteligencia de Filloy, toda la vida, que de la de Macedonio. Macedonio era una persona que veía el lado ridículo de algo y acertaba para decir una frase que era verosímil y cómica al mismo tiempo. Pero Filloy me parece que va más adentro. Es más sólido.

T.B.- ¿Y Eduardo Mallea?

Bioy Casares.- Yo tenía mucha simpatía por la persona de Mallea y lo admiraba también como hombre, por su integridad y por su inteligencia. A mí me parecía que en é pasaba algo mágico pero malo; que esa inteligencia no le permitía escribir —no sé por qué milagro— libros buenos. «CHAVES», de toda la obra de Mallea, es el libro que más me gusta.

T.B.- ¿Y su primer libro de cuentos?

Bioy Casares.- «CUENTOS PARA UNA INGLESA DESESPERADA». Sí, ese libro me gusta mucho.

T.B.- Pienso que tal vez lo que le molesta de Mallea es que su obra es sumamente densa.

Bioy Casares.- Sí, debe ser eso. Y —pobre— fue muy muy triste la vida de Mallea. Mientras fue Director del suplemento de literario de «La Nación» lo aduló todo Buenos Aires. Y, de pronto, nadie lo aduló más. Lo olvidaron. Y eso lo entristeció mucho en los últimos años de su vida. Yo he estado con él bastante frecuentemente. Hemos sido miembros de jurados, juntos, y pude ver la melancolía que tenía ese hombre.

T.B.- A través de su obra —Bioy Casares— se desprende un soplo de amor por Buenos Aires y por el tango. ¿Qué hay de cierto en esta apreciación?

Bioy Casares.- Sobre el tango puedo decirle que me gustan los tangos viejos: «Entrada Prohibida», «Hotel Victoria», «La Payanca», «El Apache Argentino», «La Morocha». Bueno, le he dado unos cuantos; quiero decir, los de esa época. Era la Guardia Vieja. Y… Buenos Aires, creo conocerla bastante. He caminado mucho por Buenos Aires. He caminado por Parque Chacabuco, he caminado por Plaza Irlanda, he caminado por el Parque Saavedra, por el Parque Lezama, por todos lados, y le he ido tomando el gusto a una ciudad que he querido siempre. He nacido acá; es la ciudad que más me gusta del mundo, pero a veces quiero irme de Buenos Aires para poder cambiar.

T.B.- ¿Será verdad eso tan mentado —desde hace algunos años— de la pérdida de identidad de los argentinos? ¡Se habla tanto de eso! ¿Qué piensa al respecto?

Bioy Casares.- Yo creo que, por fortuna, la identidad que tenemos es más bien grata. Lamentamos que mucha gente no corresponde a esa idea del argentino que nos hacemos, pero siempre tiene que ser así; no somos muñecos hechos con un mismo molde.

T.B.- Yo pienso que no es cierto. Que la identidad no la hemos perdido. Lo que sucede es que muchos no tienen conciencia de esa identidad.

Bioy Casares.- Es muy probable. Me parece bien.

T.B.- ¿Llegamos al fin del VIAJE que emprendimos gracias a este encuentro, o VIAJAR ES UNA AVENTURA SIN FINAL?

Bioy Casares.- Sí, esperemos que sea una aventura sin final. Me gusta más así.

T.B.- Sería hermoso, ¿no es cierto?

Bioy Casares.- ¡Sería hermoso, claro que sí!

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