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Claroscuro y los monstruos

Flavio Bonanno «El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer; y en ese claroscuro surgen los monstruos». Palabra más, palabra menos, la frase pertenece al ilustre pensador italiano Antonio Gramsci, filósofo marxista que pasó los últimos años de su vida encarcelado durante la etapa del fascismo italiano, y quien fuera artífice de categorías trascendentes para el entendimiento de la política, como las de «hegemonía», «contrahegemonía», y sus alteridades, hoy vigentes y mucho más complejas que aquellos usos a los que se las suelen atribuir.

Sería incorrecto, o al menos sencillista, sugerir que la «hegemonía», esos sentidos, valores, creencias e ideas compartidas dominantes por aceptación y no por imposición, varía con un nimio cambio de Gobierno como el que ha atravesado nuestro Estado nacional hace ya un semestre. La «hegemonía» se nos expresa cotidianamente, desde las ideas más complejas de nuestras perspectivas posibles en esta época y en este lugar del mundo, hasta en las más nimias arbitrariedades significantes, esas cosas cotidianas en las que creemos casi desde que nacemos, porque nos han educado que «esto es así y se acabó». Sin embargo, la actividad politica, principalmente aquella que transforma realidades precedentes, para bien o mal, incide en la reconfiguración de los estados que Gramsci sugería hegemónicos, tanto también como, por antítesis, en las manifestaciones contrahegemónicas.

He insistido, convencido, que el reciente «cambio» de dirección política en Argentina asiste diariamente a la resignificación del Estado y de sus recientes políticas públicas, así como de la política misma y de sus actores, del conjunto de la sociedad civil y sus innegables estratos de clase, y de toda manifestación del orden del interés público, con el objetivo implícito de borrar y armar de nuevo la cultura política, económica, cultural y social que ha legado el peronismo kirchnerista tras doce años de estar al frente del Gobierno nacional.

Si, volviendo a la frase de Gramsci con que abrí el articulo, hubiera una transición entre un orden anterior y uno nuevo que aún no se deja mostrar, y por lo tanto agrego, algunas variaciones dentro de los órdenes hegemónicos de la dirigencia política argentina (y no un cambio de hegemonía total, considerando que las formas de nuestra democracia republicana y sus condiciones económicas se conservan), ¿Qué clase de monstruos podrían surgir, o ya han aparecido, en esta suerte de «claroscuro» ambiguo que ha sido el tan célebre primer semestre de «cambio»?

 ¿Un proyecto neoliberal con el aval electoral de más de la mitad de la sociedad, y con altos índices de conservación de la «buena imagen», incluso después de un ajuste feroz? Monstruo particular, si los hay, aún considerando que la experiencia del 2001 aún es muy reciente, mas parece haber sido olvidada por gran parte de la clase media que ha depositado con su voto en el nuevo Estado a funcionarios y economistas que han legitimado al «corralito» y al ajuste feroz de aquel entonces. Bullrich, Melconian, Sturzenegger y Prat Gay no me dejan mentir. En este contaste de sombras que propongo, parafraseando un poco a Gramsci (que me sepa disculpar), ¿Qué se muestra, y qué no, para que un proyecto ideado para sostener a la oligarquía tradicional y a los financistas internacionales en detrimento de los puestos de trabajo y los bolsillos de los más humildes, aún conserve el apoyo de gran parte de las clases medias y populares argentinas? Quizás, el mítico relato de la corrupción del proyecto anterior (que para colmo se comprueba en casos aparentemente aislados) y la necesidad de un «sinceramiento» se haya comprado mucho más de lo que esperaba el más optimista de los publicistas PRO. Monstruo complejo e indescifrable aquel que covence al ciudadano de que su comodidad precedente era sólo un relato, o que no la merecía.

El Partido Justicialista, la izquierda, los radicales, y otros tantos sellos políticos tradicionales de Argentina operan monstruosamente. A veces, incluso en contra de los intereses de sus propios afiliados. Un peronismo tibio que se debate en internas, acusaciones, aparentes traiciones, y un vacío en la orientación política efectiva que motiva cuestionamientos a la conducción de Cristina, y quiebres inesperados de dirigentes que demuestran no estar a la altura de circunstancias para tomar la posta que la ex mandataria se resiste a ceder. La izquierda internacionalista sugería que los proyectos de Scioli y Macri «eran lo mismo», en el momento electoral de fines del año pasado; hoy, brillan por su ausencia, pierden espacios en sus trincheras universitarias ante la juventud peronista que encarna hoy la lucha contra el desfinanciamiento en educación superior, y siguen sin poder lograr representación real en la clase trabajadora argentina, pese a sus slogans y axiomas incomprobables de política de bar. El radicalismo, una siniestra sombra de lo que fuera en su origen, avala y acompaña cada medida del Gobierno actual con vergonzosa camaradería, o nefasto silencio.

Vaya monstruos partidarios, que se manifiestan principalmente en una escasa labor legislativa, cuyo mapa ha sido gravemente alterado desde diciembre a la actualidad. Pequeños monstruos de proyecto personal o corporativo, que probablemente nunca le explicarán a quienes los han votado el porqué de su conversión partidaria e ideológica, que se ha traducido en impensadas decisiones que, más que menos, apoyaron la política de decretos y decisiones apresuradas y poco planificadas por parte del Ejecutivo. Enorme capacidad para aceptar, o negociar la hegemonía, ha tenido siempre nuestra clase política.

Entonces, los «claroscuros» escenifican la coyuntura política actual: la luz sobre la cara visible que el poder político en su expresión más concentrada, hermética, oligarca, quiera mostrar; y en las sombras, los millones de argentinos, trabajadores, estudiantes o desocupados, sin voz ni trascendencia en el plano público, en donde también el Gobierno actual esconde sus miserias

La opinión pública, fogoneada desde la concentración de discursos que atraviesa tanto al sistema privado como al público de medios de comunicación, acusa con notoria facilidad a funcionarios y exponentes de la gestión kirchnerista con causas muchas veces incomprobables, y pasa por alto otros tantos episodios corroborados de corrupción, evasión de impuestos y conflicto de intereses de la gestión actual, a partir también de la labor corporativa del Poder Judicial que obra en un mismo sentido y distinto criterio según la afiliación política del acusado. Juego llamativo de sombras y luces sobre un poder público que posee puntos de articulación e intereses en común no sólo con el actual Gobierno, sino también con corporaciones que parecen buscar «revancha», ellos sabrán de qué.

La «cancha» se ha ensuciado, y episodios de película como los sucedidos desde la fuga de los hermanos Lanatta y Schillaci en la operación mediática contra Aníbal Fernández, los Panamá Pappers involucrando al presidente, el entierro de dinero de dudosa procedencia del kirchnerista José López, los quiebres dentro del Frente Para la Victoria, los despropósitos e improvisaciones de los CEOs al poder, la persecución mediática a la ex presidente y la estupefacción social ante un Gobierno que ajusta y promete un futuro improbablemente fantástico, entre otros puntos fuertes, han colaborado con un nuevo discurso hegemónico que propone despolitizar nuevamente a nuestra sociedad, un nuevo estado de las cosas que tarda en llegar y asimilarse; y en el medio, luces y sombras sobre ambigüedades y circunstancias poco claras hasta para el más lúcido de los analistas políticos, que dejan en vilo a todos aquellos «invisibles» destinados a aceptar o negar, pero cuya figura no es admitida en los vaivenes del poder político de siempre.

Entonces, los «claroscuros» escenifican la coyuntura política actual: la luz sobre la cara visible que el poder político en su expresión más concentrada, hermética, oligarca, quiera mostrar; y en las sombras, los millones de argentinos, trabajadores, estudiantes o desocupados, sin voz ni trascendencia en el plano público, en donde también el Gobierno actual esconde sus miserias. Y en el medio, los monstruos: un proyecto neoliberal con gran índice de apoyo social, un peronismo dócil, acusaciones entre inocentes, complicidades entre culpables, partidos y movimientos sociales paralizados, estupefactos dentro de una bomba de tiempo que sin «tic», ni «tac», se reserva su posibilidad de explotar. La iluminación, o la falta de ella, la administran los medios, claro.

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