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Bonanno: Rucci y las contradicciones del peronismo

El pasado domingo 25 de septiembre no pude evitar ver que muchos de mis conocidos, compañeros de doctrina, discutieron sobre la emblemática figura de José Ignacio Rucci, con motivo de un nuevo aniversario del asesinato de aquel lider sindical, dos días después de efectivizarse el retorno a la presidencia de Juan Domingo Perón, en un contexto político signado por la violenta discusión entre «izquierdas» y «derechas» que se agrupaban en el Movimiento Justicialista  y que, ingenuamente, le querían enseñar «peronismo» al general.

Flavio Bonanno

 Me sorprendió observar el simplismo con el que muchos de ellos condenaban o enarbolaban, en iguales medidas, una figura tan compleja en un contexto tan difícil, como la de Rucci. Pero pude apreciar a aquellos pocos quienes reconocían que nosotros, los más jóvenes que no vivimos esa época, debemos analizar aquel escenario cuidadosa y profundamente, salvando las distancias simbólicas entre aquel entonces y el presente.

 Personalmente, durante mis primeros años de militancia, me dejé seducir por el relato, políticamente correcto, de que aquel sindicalismo de Rucci fue el freno de una instancia revolucionaria, incluso mayor que la del peronismo, que se expresaba en las guerrillas de los años ’70. Cuando compré aquello aún no era mayor de edad, sólo estudiaba, no trabajaba, y no atravesaba grandes urgencias materiales. Además, tuve la suerte de haber nacido en democracia, con los ’70 ya casi superados. El romanticismo resulta alienante, con el tiempo lo comprendí; tan alienante que, a veces, no permite evaluar los riesgos de una postura tan radicalizada, que si bien genuina (y presente, al menos yo, siempre persigo alguna revolución), pudo no haber sido estratégica en aquel momento.

 Hoy entiendo a la figura de Rucci, precisamente, como uno de los estrategas dentro del movimiento justicialista que garantizó la vuelta de Perón y el retorno a la democracia; lo veo como a ese «hijo» que dijo Perón que le mataron; como un soldado del sindicalismo que osciló entre errores y aciertos desde una lógica de la lealtad a Perón, sumamente respetable. Y esa perspectiva me fue facilitada al crecer y empezar a trabajar, y entender al peronismo desde las conquistas materiales. Lo que también reflexioné fue que, su asesinato, al menos para mí, resultó ser la síntesis de las insalvables contradicciones del peronismo, pero también de la imbecilidad impensada en el momento más inoportuno, que canceló la gloria de la vuelta de Juan Perón en apenas unas horas.

Que Rucci firmó un Pacto Social que, en lo económico, fue uno de los desaciertos más grandes del peronismo, así como que consolidó ciertas formas de la burocracia sindical, puede ser tan cierto como que siguió a rajatabla la doctrina de Perón, puso en el centro de la escena política a la columna obrera desde su representación, y luchó como otros tantos miles por la vuelta del conductor, durante años en los que parte de la burocracia sindical especuló traiciones y arreglos con las dictaduras del momento.

Lejos de Vandor, Rucci fue garantía de un sindicalismo fiel; algo que hoy escasea, desde diciembre del año pasado.

 También hay que marcar las distancias entre Rucci y, por ejemplo Lorenzo Miguel. La historia arroja índices que nos permiten revisarla. No hubo comprobación, hasta ahora (y si lo hubiera después, me tragaría muchas de estas palabra), de la participación de Rucci en la violencia que algunos sectores de la burocracia sindical llevaron a cabo contra la juventud peronista, igual de imbécil, o peor, que todas otras formas de violencia. No se puede desestimar lo sucedido, por ejemplo, durante la masacre de Ezeiza. Tampoco es fácil, para sus detractores, ubicar allí al gremialista en cuestión como responsable.

 Lo reivindican sectores del peronismo con los que no me hallo en sintonía (su hija, por ejemplo), y lo defenestran supuestas izquierdas desde el antiperonismo, a las que me he acostumbrado a considerar «oligarquias de izquierda»; aquellas que creen tener la potestad de dirigir al pueblo pero que nunca lo han comprendido, y por lo tanto, no lo han conquistado y conducido. Con ninguno de estos extremos me siento cómodo. Y, por otra parte, no tengo como objetivo garantizar inocencias o culpas, sino intentar interpretar a aquel secretario general de la CGT como ícono en un contexto ya lejano, pero traido al presente en reiteradas ocasiones.

 No obstante, un punto que me resulta hoy significativo, sintiéndome un poco más maduro y defraudado a la vez por la política, es el hecho de reconocer que las distintas historias sobre José Ignacio Rucci coinciden en que nació y murió trabajador; ni experimentó la culpa de clase pequeño burguesa de los conductores montoneros (muchos, chicos bien de escuela católica), ni se enriqueció como los burócratas más burócratas que él.

Esta condición, clasista y para muchos innecesaria, me es fundamental para interpretar a los dirigentes políticos. La identidad material del político condiciona sus intereses, y los pone en sintonía con sus pares.

 En última instancia, dicha característica ya no se halla ni en izquierdas, ni en derechas, ni mucho menos en el peronismo «mainstream» que hoy algunos están enarbolando. La fidelidad y la condición humilde del sindicalista aquel debe resultar hiriente para algunos que, más o menos cerca de Cristina, se enriquecieron durante los últimos años y, ahora, quieren cargar contra la figura de la ex presidente, en un acto de mezquindad y falta de comprensión de la voluntad popular aberrante.

 Entonces, me animo a sostener que en el asesinato y desprestigio sistemático de la figura histórica de José Ignacio Rucci, así como en el levantamiento de supuestos «progresistas» y millonarios «de izquierda», algunos que en aquel entonces desarticularon al peronismo desde adentro y otros que en lo reciente nos costaron las elecciones del 2009, del 2013 y las últimas del 2015, halló la más grande contradicción dentro del peronismo: excluir a aquellos que tienen como origen el sindicalismo, el trabajo y la territorialidad, y poblar las listas con empresarios de la política, analistas de bar y sus círculos de amigos. ¿Se puede «volver», sin reparar verdaderamente en la construcción de un peronismo – kirchnerismo popular?

 Por último, en un aspecto más ideológico, casi que podría asegurar que, desde la mala intención o desde el desconocimiento, algún progresista ortodoxo, o negador del movimiento obrero, me leerá, y me acusará de cosas que sé bien que no soy. A usted, acusador, tenga cuidado con qué elementos me denuncia. «Disparar» contra un sindicalista que vivía en una humilde casa hipotecada, o simbólicamente contra este humilde periodista, no lo hace revolucionario. Precaución, que ya decía Nietzsche, cuando uno mira largo tiempo al abismo, el abismo mira dentro de uno. Y hay izquierdas que giraron tanto que hasta ya le han salido pelos gorilas.

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