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Al que no se frustra y madruga… ¿Macri lo ayuda?

Mariana Karaszewski Hace algún tiempo que el presidente Macri nos pide a los argentinos que tengamos paciencia y tolerancia. Nos advierte que habrá que atravesar el sufrimiento y la frustración en pos de un futuro lleno de alegrías y buenos momentos. Ahora bien… ¿qué implica esto? ¿Hasta cuándo estamos dispuestos a aguantar? ¿Llegará algún día ese “paraíso” que nos promete el presidente? Son preguntas que por el momento no tienen respuesta.

En un acto que tuvo lugar esta semana, Mauricio aseveró que «las buenas noticias para el país empiezan a llegar y se irán acelerando con el tiempo» y reiteró que las medidas que debió adoptar en su gobierno le causaron «dolor por el esfuerzo adicional que significaron para muchos argentinos». Sin embargo, la realidad muestra otro escenario: pobreza en aumento, tarifazos desmedidos, mayor vulnerabilidad social,crecimiento del índice de desempleo, corrupción, leyes que van en contra de los más débiles, decretos caprichosos… y la lista sigue. No sabemos a qué llama el presidente “buenas noticias” pero seguro que no se trata de ninguna de estas cosas.

Sumado a todo esto, los últimos registros muestran que ha bajado notablemente la imagen positiva de Macri: El titular del Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), Roberto Bacman, refirió que hoy el mandatario tiene más imagen negativa que positiva, «aproximadamente 51 y 47 puntos respectivamente».

En este contexto, resulta muy difícil y hasta irrisorio para el pueblo argentino cumplir con el pedido del presidente. ¿Cómo se hace para tener paciencia y confiar en que la economía repuntará cuando el dinero no alcanza para pagar los gastos básicos de una familia? ¿Cómo hace un trabajador para aguantar la frustración que le trajo que lo hayan echado de su empleo y no logra conseguir otro? De hecho, veremos a continuación que no todos tienen esa capacidad de tolerancia ya que es algo que se define singularmente.

Desde la psicología, toda frustración es en sí misma desagradable pero no necesariamente patológica; es algo inherente al ser humano. La madurez implicaría entonces un equilibrio entre la frecuencia de las experiencias de gratificación y las de frustración. Para Sigmund Freud, ese equilibrio depende en buena parte de la posibilidad de desarrollo y crecimiento posterior del sujeto, ya que si todo fuese gratificación estaríamos regidos por el principio de placer y si de ser así, el principio de realidad no tendría lugar. Como consecuencia, no podrían darse las relaciones entre las personas en una sociedad pues no habría la adaptabilidad que requiere una parte de satisfacción personal y otra de renuncia o postergación.

Por otro lado, vivir en una constante frustración nos llevaría al extremo, a vivir dentro de un principio de realidad muy hostil y descarnado que detendría nuestro deseo de avanzar, construir, y crecer, pues nos aplastaría. Incluso hay un nuevo concepto que circula, la “capacidad de demora”: los especialistas lo nombran como “la hija de la tolerancia a la frustración” y permite posponer necesidades inmediatas a favor del logro de metas a mayor plazo. Este último define perfectamente el ideal de Cambiemos.

Sabemos que no todo es color de rosas, que no es fácil vivir en sociedad y que siempre habrá conflictos, pero entre el paraíso que nos promete Macri con sus palabras y lo que vivimos en los hechos, hay un abismo. Se puede hacer un esfuerzo para vivir mejor, pero si las condiciones son las mismas para todos. No se explica entonces cómo, por dar un ejemplo sonzo, la primera dama puede ver televisión en su casa, descalza y en remera en pleno invierno pero desde el gobierno nos piden que nos abriguemos en nuestras casas para ahorrar gas. De esta manera sólo se sacrifican unos pocos y, no casualmente, los más vulnerables.

Cuando una expectativa no se cumple, a causa de la frustración, podemos reaccionar con enojo, agresión o en formas más extremas de violencia hacia el exterior. O bien, por el contrario, desembocar en un estado de inhibición (no reacción) que conlleva sentimientos de tristeza, pesimismo o temor que pueden llevar a la desmotivación. Ni más ni menos que lo que escuchamos de boca de los argentinos.

Pero sigamos un poco más con la frustración: si es una condición peculiar en la que un sujeto ve rehusada la satisfacción de sus necesidades, sus expectativas o proyectos, no podemos generalizar; las personas podemos ser más o menos tolerantes, eso va a depender de la personalidad, la sensibilidad, el contexto y las circunstancias que nos
atraviesen. Hay distintos umbrales de respuesta y de reacciones. Así, cuando una expectativa no se cumple, a causa de la frustración, podemos reaccionar con enojo, agresión o en formas más extremas de violencia hacia el exterior. O bien, por el contrario, desembocar en un estado de inhibición (no reacción) que conlleva sentimientos de tristeza,
pesimismo o temor que pueden llevar a la desmotivación.

Ni más ni menos que lo que escuchamos de boca de los argentinos: miedo de perder el empleo, de no llegar a fin de mes. Sentimientos pesimistas al percibir que las cosas en vez de mejorar, empeoran. Poca motivación para planear nuevos proyectos. Discusiones, marchas, paros, protestas espontáneas, enfrentamientos entre pares… por nombrar
algunas cosas.

Quizas sea momento de que ‘el presi’ empiece a levantarnos el ánimo con acciones concretas y devolvernos las ilusiones, porque frustrados ya estamos, y no precisamente por ser intolerantes.

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